No siempre es fácil explicar una cosa tan evidente como que la macroeconomía tiene muy poco que ver con la vida. Panamá crece cada año siendo un “ejemplo” para los fanáticos de las estadísticas del capital, mientras que la vida de la gente, la cotidiana, se sume en una profunda brecha en todas las áreas del desarrollo social, cultural, político, emocional...
Parece más sencillo evidenciar este hecho cuando nos enteramos que el país, mismo país que gastó 68 millones de dólares en el rompeolas artificial de la tercera fase de la cinta costera, solo asignó al Instituto de la Mujer, en 2014, unos 2 mil dólares para dar refugio a las víctimas de la violencia.
No es Panamá país para mujeres. Si no hay presupuesto ni interés para atender los fenómenos visibles de la violencia de género, menos hay para atacar las estructuras profundamente patriarcales y excluyentes que limitan el desarrollo vital de sus mujeres. Ellas deberán seguir pariendo y esperando, en el mejor de los casos, una invitación anual con motivo del Día de la Madre. No hay mucho más.
Mientras se debate cuántos millones nos gastaremos cada año en los culecos, el Instituto Nacional de la Mujer confiesa no tener presupuesto para casi nada. Aunque dada la baja voluntad política de atender este tema clave, daría igual que tuviera millones porque los políticos de turno lo obligarían a organizar reinados de belleza o a elegir a la mujer panameña del año, para seguir de ese modo “anecdotizando” la violencia y cosificando a la mujer.
Si no hay conciencia de la gravedad del asunto y hay una decisión política de Estado, casi nada servirá para fomentar la libre determinación de ellas. No servirá porque este es un asunto que comienza a tratarse en cascada, de arriba a abajo. Lo primero es un cambio en los currículos escolares y en la formación de maestras y maestros que permita tratar en las aulas el tema de la igualdad entre seres humanos de forma clara y sin tapujos. Una educación sin eufemismos es una oportunidad de ponernos frente al espejo y encarar nuestras responsabilidades. Esto incluye, entre otras cosas, una educación sexual seria y de mente abierta, unas herramientas emocionales para acompañar ese duro recorrido, y una ruptura con los roles tradicionales asignados a chicas y chicos y que en Panamá están tan marcados.
Las iglesias son otro espacio a intervenir (o a boicotear, ya no lo tengo muy claro). Tanto en las iglesias católicas como en los templos de otras religiones se transmite una idea de la mujer invisible, simple aparato reproductor, cuidadora de los demás sin un papel que jugar en la sociedad más allá de la abnegada resignación a su destino-castigo con denominación de origen.
La Asamblea Nacional y las instituciones públicas, en general, son otro territorio ahora vetado para ellas, si no se trata de una aparición testimonial de mujeres que, en general, imitan las tristes maneras de ejercer el poder de los hombres.
Finalmente, los medios de comunicación... Altavoces de un modelo que las cosifica en cada anuncio publicitario, que las convierte en florero o en pechos con piernas en los programas de entretenimiento, que las ridiculiza en cada espacio de humor chabacano que suele triunfar en una población tan machista como el espacio público en el que se desenvuelve.
La modificación de los discursos y de las prácticas en lo público (educación, institucionalidad, religiones o medios) es imprescindible para que se sientan respaldadas a la hora de modificar su entorno cercano, el de esa institución familiar que, a veces, parece creada para perpetuar las estructuras de dominación más perversas. Sin esos cambios en el ambiente que nos rodea, cualquier intento de emancipación, de liberación de la violencia simbólica y de la violencia física del que son víctimas seguirá siendo un acto heroico ... Y no queremos heroínas, queremos mujeres libres que se relacionen con hombres libres, pero en igualdad de derechos.
Hace unos días escuchaba a una experimentada luchadora, que explicaba que ella no quería ser un hombre, pero sí exigía ser igual en derechos a cualquier otro ser humano. Hasta que Panamá no sea un lugar más amable y justo para sus mujeres, no será un territorio desarrollado, sino un centro comercial que esconde sus miserias hasta que, más pronto que tarde, estas salen solas a la superficie. Así ocurre en muchos países (incluido el mío) en el que el discurso de la modernidad y el desarrollo se estrella cada mañana con las noticias de femicidios, con la brecha salarial que hace que las mujeres perciban un 20% menos de salario por el mismo trabajo que un hombre, o con las presiones sociales y familiares que recibe para ser lo que se supone que debe ser... no lo que ella quiere ser.

