La religión es uno de los temas más debatidos en muchas sociedades modernas. Esto incluye conceptos como “el muro de separación” entre la política y la religión, que para algunos consagra el constitucionalismo de Estados Unidos. También alcanza la designación de la moral cristiana como única limitación al libre ejercicio del culto, según nuestra Constitución. En muchas naciones modernas se debate si ministros del culto pueden dedicarse a funciones políticas. ¿Quién puede olvidar la admonición que le hizo el papa Juan Pablo II al padre Cardenal, cuando el primero visitó Nicaragua? Podemos mencionar también el rol que juegan los líderes religiosos en la política de algunas naciones. Estos son solo algunos ejemplos del punto inicial: la religión es casi siempre un tema de debate. Como contraste a lo anterior, considero que, a diferencia de la mayoría de las sociedades modernas, donde el debate es sobre la religión, en el judaísmo la religión es sobre el debate. Paso a ilustrar lo antedicho analizando la celebración de Pesaj o Pascua judía.
La Pascua judía es esencialmente la conmemoración de la liberación de los judíos de la esclavitud en Egipto. Pareciera ser algo sencillo de explicar y entender. No obstante, la conmemoración de la fiesta involucra una serie de costumbres y rituales que a su vez han sido sujeto de debate por miles de años. La prohibición de ingerir pan durante siete días (ocho días en la Diáspora) establecida en las sagradas escrituras es quizá la práctica más asociada con la Pascua judía. Sin embargo, a través de una serie de discusiones canónicas, se estableció que dicha prohibición incluye también la ingesta de cualquier alimento leudado. Esta prohibición expandida ha sido interpretada de manera más restrictiva por algunas tradiciones del judaísmo, quienes prohíben ingerir toda clase de granos y los subproductos de granos. Otras vertientes lo permiten.
La mayoría de los rituales de la Pascua judía están desarrollados en el Tratado de Pesajim del Talmud. Dicha obra de exégesis religiosa es un compendio de debates entre los sabios judíos de la antigüedad. En Pesaj se acostumbra reunir a la familia en torno a una mesa festiva, donde se relata la salida de Egipto y los milagros y maravillas que dieron lugar a ese evento fundamental para la nación judía. El relato escrito o “Hagadá” gira en torno a una serie de discusiones que llevan a la conclusión de que, sin la intervención divina, no hubiera sido posible la salida de Egipto.
Entre las discusiones o debates que se detallan está el número de plagas a las que fueron sometidos los egipcios y que los indujeron a expulsar a los esclavos judíos de su tierra. Mientras la Biblia habla de diez plagas, la Hagadá introduce argumentos que elevan el total de las plagas a 60 (según el rabino Iosé el Galileo); a 240 (según el rabino Eliezer), y hasta 300 (según el rabino Akiva). Cada uno de estos eruditos concluye que hubo factores que multiplicaron el número real de las plagas y obviamente no están de acuerdo en el total. Otro relato que se desprende es el de cuatro rabinos quienes comentaron (¿debatieron?) “toda esa noche el relato de la salida de Egipto, hasta que vinieron sus alumnos y les dijeron: ‘Maestros nuestros, ha llegado la hora del precepto de recitar la Shema de la mañana”.
Para el judaísmo, el debate es sano y conduce a la paz, siempre que sea en el nombre del cielo. La aplicación de las leyes se debe al debate y no viceversa. La Pascua judía es una celebración de la libertad de tránsito, la libertad de reunión y la libertad de expresión. A tono con este artículo, debo agregar que también es una celebración de la libertad de opinión (que no es más que la libertad de debatir) y, más fundamentalmente, de la libertad de culto. Que este año celebremos todas esas libertades.
El autor es abogado y académico
