COBARDÍA Y TRAICIÓN

El perdón de Noriega: Ramón A. Mendoza C.

Con pasmosa tranquilidad, con el rostro pétreo y sin expresar emoción perceptible alguna, el otrora hombre fuerte de Panamá, Manuel Antonio Noriega, leyó frente a las cámaras de una televisora local un “comunicado” en el que pidió perdón por cualquier daño que, durante la época militar, hubiesen podido cometer sus superiores, él o sus subalternos.

Con ese comunicado, dijo, cerraba el ciclo del militarismo en Panamá. Sin embargo, la palabra que nunca mencionó fue: arrepentimiento. La entrevista mostró al profesional, experto en inteligencia y guerra psicológica, entrenado para influir en la conciencia y pensamiento de sus interlocutores, sin otorgar nada más allá de lo concebido.

Creo que se debe analizar ese comunicado, que provocó contrarias y múltiples opiniones, desde las que misericordiosamente otorgan el perdón, hasta las que expresan el deseo de que siga en la prisión.

Noriega empezó su comunicado identificándose como el último general del ciclo militar. Llamarse “general” es un sofisma grosero. Ser un verdadero general implica liderazgo, mostrar valentía, bravura, honor y dominio de la academia castrense.

Durante la invasión ese “gran general” desertó. El que blandió el machete y le declaró la guerra a Estados Unidos, abandonó su puesto al sonar el primer disparo y, como rata asustada, se ocultó y buscó refugio desesperadamente, en lugar de enfrentar al enemigo y dirigir su tropa.

El comportamiento del “general” fue cobarde. Nunca le hizo honor al uniforme, al grado ni a la institución que dirigía.

La pena para los militares desertores y cobardes es la muerte, que bien merecida hubiese sido en aquella ocasión.

Vestido de mujer, dicen algunos, pudo evadir a sus perseguidores para buscar refugio bajo las sotanas del nuncio apostólico. El último “general”, en lugar de uniforme y armas, lució falda, sostén y blusa, mientras que jóvenes soldados panameños combatían y morían frente al ejército más poderoso del mundo.

El último “general”, haciendo alarde de una impresionante e indiscutible cobardía, traicionó a su tropa, a la institución que representaba y la patria que juró defender. La historia le dio en esos momentos la bella oportunidad de terminar como un verdadero militar, muriendo en batalla o como han hecho verdaderos generales con vergüenza castrense, quitándose la vida, oportunidad que despreció.

La tenebrosa vida del último “general” está preñada de una intrincada urdimbre de desapariciones, asesinatos, torturas, confabulaciones, lavado de dinero, narcotráfico, nigromancia y quien sabe qué otras cosas más.

Lo cierto es que bajo la estela del poder que usufructuó, tanto civiles como militares, comulgando una corrupción institucionalizada se hicieron de favores y fortunas y hoy procuran soterrarse en el tiempo y el olvido.

El último “general”, actor principal de su propia tragedia, es sabedor de hechos y circunstancias de una de las más oscuras páginas de la historia nacional, pues como bien dijo, es dueño de la verdad oculta, la que, aunque dolorosa y peligrosa, se debería saber.

Ayer ocultó su cobardía bajo la sombra de la Iglesia, hoy bajo la de Dios. El perdón no solo se pide, se gana, y creo que todavía le falta algo para ganárselo.


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