WASHINGTON, D.C. - La gran saga periodística del caso Watergate es aleccionador a muchos niveles, pero yo no estaba preparada para la lección de que estoy del lado prehistórico de un generation gap [brecha entre las generaciones] sobre el tema. Cuando se reveló el jueves la identidad de la notoria fuente secreta apodada Deep Throa [Garganta Profunda], mi excitación sobre la noticia recibió un gran balde de agua fría cuando un joven me comentó con un alzar de hombros, "¿A quién le importa? [Who cares?].
Dicen, como bien hemos visto en la política panameña, que el pasar del tiempo lo borra todo, pero es duro constatar la rapidez con que esto ocurre. Para mí, el escándalo Watergate es algo que ocurrió ayer, cuando el periodismo era una profesión admirada y la política era menos sucia de lo que es hoy. Como escribí el viernes en Planas, Watergate, a mis ojos, es "una historia dramática de intriga, espionaje, criminalidad, y política, que también es una historia de choques entre el poder y el periodismo, y de choques entre las distintas ramas del Gobierno estadounidense". Dos periodistas tenaces e intrépidos, junto a un periódico muy valiente, se enfrentaron a una Casa Blanca dirigida por elementos criminales. Cuando la Corte Suprema falló unánimemente que el presidente Richard Nixon debía entregar las pruebas de su criminalidad a los fiscales, Nixon no tuvo otra salida más que renunciar. Es la única vez en la historia de Estados Unidos que un Presidente ha renunciado el cargo.
La semana pasada escribí de cómo la reserva de fuente es el modus operandi de Washington, pero Watergate ilustra cómo una buena fuente secreta es un arma esencial del buen periodismo. No importa cuál haya sido el motivo de que W. Mark Felt, numero dos en el Buró Federal de Investigaciones (FBI), le filtrara información a los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein; solo importa que la información era veraz, relevante al rol fiscalizador [watchdog] de la prensa, y que los periodistas fueron cuidadosos al usarla. En el debate de si Felt debe ser visto como traidor o patriota, yo tomo una posición ambigua. Celebro sus acciones, pero no acepto que su motivación era preservar la independencia del FBI de una Casa Blanca dirigida por elementos criminales. El ídolo de Felt era J. Edgar Hoover, un hombre que convirtió al FBI en una entidad no menos corrupta que la Casa Blanca bajo Nixon. Por ello, esa pugna entre la Casa Blanca y el FBI no fue más que una guerra entre pandillas, que solo se resolvió felizmente por la intervención de la prensa y los tribunales.
Un lector me escribió el viernes que en verdad Felt no entregó información a Woodward y Bernstein, sino que se limitó a confirmar datos que los periodistas ya habían obtenido de otras fuentes; por ello, según el lector, no es correcto decir que Felt violó la confidencialidad que él debía al FBI. No estoy de acuerdo con eso porque esas confirmaciones eran en sí información valiosísima, además de que Felt sí entregó información independiente. Felt sorprendió a Woodward, por ejemplo, con la información de que el vice presidente Spiro Agnew había recibido un soborno.
Otra posible justificación para las acciones de Felt es que él actuó como whistleblower (una persona "de adentro" que denuncia las fechorías de su propia agencia o empresa). Es un concepto que -hasta donde he podido observar- no existe en Panamá, mientras que en Estados Unidos hay legislación que protege a estos denunciantes de represalias en su contra. Lo esencial del concepto es que el denunciante, viendo que la agencia no podrá auto corregir sus males, decide que lo correcto es recurrir a fuerzas externas. Yo aplaudo a los whistleblowers y le aplicaría este estatus a Felt si él hubiera denunciado los muchos delitos de Hoover, pero Felt jamás denunció las fechorías de su propia agencia. Me inclino a pensar que lo que más motivó a Felt fue su furia de que Nixon no lo nombró a la jefatura del FBI cuando Hoover murió.
Todo esto demuestra que una fuente mal intencionada puede de todos modos brindar información valiosa y veraz. Por ello, la gran lección de Watergate es el rol fiscalizador de la prensa y el ejemplo de cómo el periodismo puede ser una profesión que heroicamente sirve al bien público. Ese es el rol que ambiciono para el periodismo panameño.