La piratería perjudica arte kuna

La piratería perjudica arte kuna
Plácido Pascual, kuna productor y vendedor de molas.

Es mediodía y un viscoso aroma a comida se impregna en el entorno del mercado de artesanías de la Plaza 5 de Mayo. Desde el piso, humedecido por una reciente llovizna, se levanta lento, en dirección a un sol aluminio, un vapor blancuzco que se confunde con otro que escapa al fragor de las cocinas.

En el pasillo de las molas y artesanías no hay clientes. Decenas de molas, collares y prendas se apilan en cada puesto en espera de algún comprador.

En eso también está Plácido Pascual, kuna productor y vendedor de molas. En su puesto, un apretado cubículo que exhibe el número 26, hay dos asientos y varias ofertas.

Muchas ofertas pero ningún cliente. Y es que “ya no es como antes”. Plácido intenta explicarse las pocas ventas que tanto él como sus competidores han registrado desde hace aproximadamente tres años.

Mientras conversa con un extraño que se identificó como periodista, dos pequeñas niñas kunas corretean por entre los puestos. Aún no llegan a los siete años. Cuando los cumplan es muy posible que se conviertan en principiantes; decir, se iniciarán en la misma labor que en su momento optaron sus madres, sus abuelas y todas sus antecesoras: la elaboración de molas.

Comenzarán con molas de dos telas y figuras geométricas sencillas. Cuando sean adultas habrán alcanzado la experiencia suficiente como para elaborar productos con más tela y con diseños más complicados y vistosos.

Para entonces, tal vez, su destreza no les sirva de mucho. “Las ventas están malas; las molas están bajando de precio y hay muchos vendedores”, dice Plácido.

Varios factores han contribuido a esta situación; primero está, según vendedores de los mercados de Plaza 5 de Mayo y de Mi Pueblito, la retirada de las fuerzas militares estadounidenses de Panamá.

Recuerda Gregorio Martínez: “con los americanos teníamos venta, los compañeros hacían ingresos, porque ellos compraban, iban y venían y compraban molas y nuestros productos”.

Cuando estaba el Canal en manos de los gringos, dice Plácido, los indígenas movían sus molas. “Cuando pasa a manos panameñas los turistas se fueron y ya no entran los gringos a comprar las molas”, añade.

Las molas se mueven levemente; un abanico de mesa sin cubierta y a toda marcha apunta hacia ellas.

Para muchos de los hombres y mujeres kunas, la venta de molas y artesanías es el único medio de generar ingresos. “Pero ahora ya no se puede”, dice Plácido, quien junto a otros productores han conformado la Asociación de Artesanos Kunas.

En promedio, una mola se vendía en 10 dólares. Hoy el precio ha bajado a cinco.

Otro problema que enfrentan los productores de molas es la piratería, especialmente en mercados internacionales.

Esto comenzó cuando algunos productores aceptaron viajar a países como Alemania y Estados Unidos a instalar talleres en donde enseñaron las exclusivas técnicas que encierra la elaboración de molas.

Luego de esto, las réplicas de las molas kunas comenzaron a inundar los mercados en los que antes era valorado el producto original.

Dado que las imitaciones son elaboradas mecánicamente, los costos de producción son menores y, consecuentemente, los precios de venta son más atractivos.

“Indígenas no tienen medio para invertir; ellos, los grandes empresarios, explotan nuestros modelos y hacen su negocio”, explica Plácido.

Mientras continúa hablando, las niñas no paran de juguetear. “Yo no sé si ellas van a aprender a trabajar molas”. Plácido no sabe, las niñas tampoco. Por ahora solo corretean.

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