Satomi Sato, viuda de 51 años de edad, sabía que enfrentaría dificultades para criar a una hija adolescente con menos de 17 mil dólares mensuales, que ella percibía de dos empleos. Con todo, la tomaron por sorpresa el otoño pasado, cuando el Gobierno anunció por vez primera una línea oficial de pobreza y ella estaba por debajo del límite.
“No quiero usar la palabra pobreza, pero definitivamente soy pobre”, dijo Sato, quien trabaja por las mañanas haciendo almuerzos empacados y por las tardes entrega diarios.
La pobreza sigue siendo un mundo muy poco familiar en Japón. Tras años de estancamiento económico y crecientes disparidades en los ingresos, lo que otrora era una nación igualitaria está despertando en últimas fechas al hecho que tiene un número considerable, y en aumento, de gente pobre. La revelación por parte del Ministerio del Trabajo en octubre, en el sentido de que casi uno de cada seis japoneses o 20 millones de personas vivía en la pobreza en 2007, dejó pasmado al país y desató un debate sobre posibles remedios que se ha mantenido con intensidad desde ese momento.
Muchos japoneses, que se adhieren al mito popular en el sentido que su nación es de clase media de manera uniforme, quedaron incluso más asombrados cuando vieron que la tasa de pobreza de Japón, en 15.7%, estaba cerca de la cifra de 17.1% de la Organización para Cooperación Económica y Desarrollo correspondiente a Estados Unidos, cuyas estridentes desigualdades sociales se han visto por largo tiempo aquí con desdén y lástima.
Pero, quizá un factor que causa la misma sorpresa fue cuando el Gobierno reconoció que había estado llevando estadísticas de pobreza en secreto desde 1998, en tanto negaba la existencia de un problema, pese a la ocasional evidencia anecdótica apuntando a lo contrario. Eso terminó cuando un gobierno tendiente a la izquierda, encabezado por el primer ministro Yukio Hatoyama, reemplazó el verano pasado al Partido Liberal Democrático, que había gobernado por largo tiempo con una promesa de obligar a los burócratas nipones, legendarios por sus múltiples secretos, a que fueran más abiertos, en particular con respecto a problemas sociales, comentaron funcionarios gubernamentales y expertos en pobreza.
“El Gobierno estaba al tanto del problema de pobreza, pero lo estuvo ocultando”, dijo Makoto Yuasa, el director de la Red Antipobreza, grupo sin fines de lucro. “Temía encarar la realidad”.
Al seguir una fórmula con reconocimiento internacional, el ministerio fijó el límite de pobreza en aproximadamente 22 mil dólares anuales para una familia de cuatro integrantes, lo cual representa la mitad de los ingresos de una casa promedio en Japón. Los investigadores estiman que la tasa de pobreza de Japón se ha duplicado desde el colapso de los mercados de bienes raíces y la bolsa del país a comienzos de los años 90, trayendo dos décadas de estancamiento económico en los ingresos e incluso declinación.
El anuncio del ministerio contribuyó a exponer un problema que, destacan trabajadores sociales, se pasa por alto con facilidad en la relativa homogeneidad de Japón, que no tiene las altas tasas de delincuencia, deterioro urbano y marcadas divisiones raciales de Estados Unidos. Expertos y trabajadores sociales destacan que puede ser engañosamente difícil detectar a los pobres de Japón porque se esfuerzan de verdad por mantener la apariencia del confort de la clase media.
Todo parece indicar que muy pocos japoneses en la pobreza están dispuestos a reconocer su dura situación por temor a ser estigmatizados. Si bien apenas poco más de la mitad de las madres solteras de Japón, como Sato, son pobres, casi igual que el radio en Estados Unidos, ella y su hija, Mayu, de 17 años de edad, se esfuerzan por ocultar su necesidad. “Sonríen hacia afuera, dijo, pero lloran por dentro” cuando parientes o amigos hablan de vacaciones, lujo que ellas no pueden darse.
