Evidentemente, ni yo ni la mayoría de los que intentamos escribir en estos espacios, somos escritores, no vivimos de la escritura ni nos acercamos a la figura del profesional de las letras. Aunque también nos transformamos, a veces, en desleal competencia cuando nuestros escritos, a los que también podemos llamar "reflexiones sobre algo", alcanzan cierta calidad relativa a la de ellos… Nos convertimos por un rato en uno más de los cientos de escritores que se dan de presumidos.
En esta ocasión traigo una reflexión ya hecha, precisamente sobre la luz y el poder que nos aporta el "reflexionar"; la necesidad de encontrar tiempo para reflexionar (interiorizando la vida) para no caer en el activismo casi patológico que no siempre es fruto de la necesidad. No hay proporción entre el mucho hablar y el poco ponderar las propias opiniones y criterios.
Normalmente nos construimos una idea de cómo somos (aparentes, por supuesto) y cuando lo que nos dicen de nosotros no encaja con esa idea, usualmente no reflexionamos ni le prestamos la menor atención; actuamos violentamente, y esto no es más que el ego y el orgullo que se protege y nosotros de él, pues hemos hecho de él nuestra identidad, convirtiendo a nuestra razón en la única verdad.
Todos creemos tener la solución del vecino, porque es más fácil ser objetivo con los demás que con uno mismo. No nos importa el "porqué" del actuar del otro, aunque su motivo esté muy lejos de tratar de hacernos algún daño. Es necesario reflexionar teniendo en cuenta los aspectos afectivos, cognitivos, morales y sociales que lleven a la persona a actuar, a sentirse segura y satisfecha consigo misma, que le hagan posible el hecho de hacer un juicio autónomo moral que le oriente en sus pensamientos, en sus decisiones y en sus actuaciones.
De poco sirven las palabras que han tenido una breve gestación y no van acompañadas por la emoción que supone todo hallazgo investigador.
La reflexión ayuda a ser justos, acrecentando el saber cultural que aprendemos con la cabeza, al que llamamos conocimiento, y que nos crea una idea de cómo son las cosas, que no son más que tan solo una representación de nuestra verdad, pero que no es necesariamente la verdad, ni tampoco tiene por qué ser real. Reflexionar sobre los hechos nos convierte en personas ecuánimes y con mayor credibilidad.
Una reflexión imparcial y comprensiva de la situación antes de juzgar, controla el error, la equivocación, el apasionamiento, la ignorancia y los prejuicios que nos acechan; y una reflexión posterior a lo actuado nos ayuda a comprender la justificación del otro, que de una u otra forma es tan válida, o mayor, que la apología de nuestro comportamiento. Es por esto que son necesarias las revisiones críticas, o sea, reflexionar para evitar que se ahogue la voz de la conciencia que hay en nosotros, y que en ocasiones destruyen amistades y el amor y cariño de toda una vida.
Vivir irreflexivamente no es vivir la vida de verdad, decía Sócrates.
Quienes no saben utilizar el poder que nos brinda la reflexión, no podrán evitar que las mentiras se conviertan en necesarias, en sus verdades, convirtiéndolos en personas subjetivas de muy poca objetividad. Por ello, es raro que alguien siga un consejo, sin embargo, esa enseñanza puede quedar latente, y el día menos pensado puede madurar accediéndolo a la sociedad a la que pertenece con competencias y recursos, logrando el equilibrio personal necesario para triunfar.
La reflexión nos garantiza la autenticidad de nuestros pensamientos y una mayor convicción a la hora de expresarlos. Pienso que deberíamos regirnos por un criterio de "excelencia", o al menos tenerlo presente cada vez que abrimos la boca. Debemos reconocer que no somos expertos en todos los temas y asumir con humildad que en la mayoría de las ocasiones nuestro conocimiento es simplón y que aporta poco o nada, por lo cual es mejor guardar un respetuoso silencio, reconociendo que a veces no llegamos a cierta altura en lo que opinamos.
La reflexión nace de la necesidad de distinguir entre lo que vale la pena y lo que no, para, de esta forma, volver a lo que es esencial, a lo que verdaderamente nos hace alzar la cabeza.
Se trata de mantener un equilibrio entre nuestros conocimientos y el de los otros; en caso contrario, hay un desequilibrio que puede conducir a ser unos infructuosos farsantes. Quien desprecia esta armonía se condena a vivir un mundo incomprendido y equivocado.
Termino con una frase para reflexionar: "Escuchar al otro es acercar una antorcha a la oscuridad de la ignorancia".