Después de 15 horas de viaje en un barco harto de óxido, Isidra Guarín solo quería llegar a su casa a descansar.
Fue un viaje bajo un sol sofocante durante las horas del día y de un frío virulento en la noche. Luego de superar el último escollo del recorrido, la peligrosa boca de Jaqué, Isidra suspiró con alivio.
Pero no por mucho tiempo. Antes de entrar al pueblo tuvo que someterse a la rutinaria revisión de la policía fronteriza, que cada vez incomoda más a los panameños que viven cerca de la frontera con Colombia.
Guarín, tesorera de la junta comunal de Jaqué, relató que hace poco ella y unas 75 personas que viajaban en la nave En Vos Confío tuvieron que esperar cerca de dos horas para que la policía hiciera las acostumbradas revisiones. Y es que ahora, con los problemas de la guerra en Colombia, nadie confía de nadie. Mucho menos en la frontera.
Viajar de Panamá a Jaqué en barco es como recorrer el océano Atlántico de América a Europa pasando por las tediosas revisiones de los gringos en Miami.
Las revisiones no sólo se hacen cuando la gente llega, sino cuando sale. Incluso, los pescadores deben reportarse a la policía cada vez que salen. Las medidas son más estrictas para los desplazados colombianos, que superan los 400. Si quiero tomarme unos tragos me encuentro un policía, si quiero ir a pescar me pregunta... no puede uno caminar libremente, se queja un desplazado que prefiere no identificarse.
Las policía justifica estas medidas por cuestiones de seguridad y argumenta que fueron precisamente los moradores los que solicitaron mayor presencia de la institución en el área.
Sin embargo, el representante de Jaqué, Simón Perea, sostiene que la policía abusa y exagera con el argumento de la seguridad. El problema, dice, es que si a un policía no le agrada un vecino, entonces le pide su identificación dos y tres veces en el día con el propósito expreso de provocar el manido argumento de irrespeto a la autoridad para conducirlo al cuartel.
