VERDADES

En política no hay sorpresas sino sorprendidos

Siempre me ha llamado la atención esta sentencia muy en boca de personas que se agitan en la vida política. Por más que le doy vueltas a la tan citada frase, sigo sin encontrarle el sentido. Como soy un convencido de la necesidad de apegarnos al significado de las palabras como norma para poder entendernos, acudo constantemente al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Según el diccionario, sorpresa quiere decir “acción y efecto de sorprender”, o “cosa que da motivo para que alguien se sorprenda”.

Y sorprender se refiere a “coger desprevenido”. Salta a simple vista que, según el significado de estos vocablos, no puede por tanto darse el acto de sorprender sin sorpresa, de no ser así, ¿de qué se va a sorprender la persona sorprendida? Por supuesto que el sorprenderse es un hecho relativo a quien lo experimenta, ya que lo que para él es algo inesperado, no lo es para otros. Así pues, me pregunto si quienes repiten esta aserción –que muy bien podría ser parte de un recitativo coral de una comedia de Aristófanes– saben lo que están diciendo. Se me antoja que discurriendo en esa misma dirección valdría también decir: “no hay muerte sino muertos… no hay robo sino alguien robado… no hay crímenes sino víctimas… no hay engaño sino engañados… no hay pecado sino pecadores…” etc. Creo que si el griego Sócrates merodeara por una de nuestras plazas dialogando con los políticos locales, tendría mucho que cuestionarles al respecto. Qué duda cabe de que se trata de un cliché más de los que abundan en la jerga de personajes públicos, quienes no siempre nos deslumbran por sus profundidades filosóficas o lingüísticas.

Sin embargo, mucho me temo que detrás de esta altisonante, pero absurda afirmación desde un punto de vista del lenguaje, se esconda un mensaje menos inocente y no siempre del todo consciente. ¿No se estará queriendo decir más bien: “no te sorprendas porque en política puede pasar cualquier cosa”? Y esta “cualquier cosa”, si se me permite la licencia de cambiar algunas palabras del verso de nuestro insigne poeta, resuena en mí como un martillo en la cabeza de un caracol. Y es porque estamos aquí, de ser esta la verdadera intención de la tan menudeada locución, ante una confesión flagrante de doble moral, lo que en la tradición política o para ser más justo, politiquera, no es nada nuevo ni que cause extrañeza. Lo que también puede traducirse como: a la política no se va con buena fe, de lo contrario nada se logra porque homo homini lupus est. Moraleja: si pretendes ser una persona ética, entrarás a la palestra política como un eterno perdedor, como un cordero para los lobos.

Si realmente queremos ajustarnos al idioma y ser al mismo tiempo sinceros, esto de en política no hay sorpresas sino sorprendidos, debería en todo caso sustituirse por: “en política no hay sorpresas sino ingenuos”.


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