Hace unas semanas que ayudo a mi sobrina con las matemáticas. Está en cuarto de secundaria y acaban de terminar de ver trigonometría básica. No es la primera vez que doy clases particulares. De hecho, para pagarme la universidad esa era mi fuente de ingresos, pero llevaba años sin hacerlo y las cosas han cambiado, así que hay que adaptarse. ¿Qué ha cambiado? Las matemáticas, por supuesto no…, hablo del interés. “Tío, ¿para qué sirve la trigonometría?”. Fue su primera pregunta. Su primera pregunta sobre ciencia era más difícil de lo que pensaba.
Así que cerré el libro de clase y pedí, por internet, otro distinto, titulado El teorema del loro, de Denis Guedj, un libro que creo básico para despertar el interés por las matemáticas para “adultos” a partir de los 15 años. Yo creo que para aprender ciencias, antes hay que estudiar historia de la ciencia. A muchos de los lectores les sonarán los nombres de Newton, Gauss, Euler, Arquímedes, pero ¿quiénes son y qué aportaron a la ciencia?
Hoy utilizamos muchas cosas que parecen que han existido toda la vida, por ejemplo, los números; sin embargo, hasta que Fibonacci en su libro Liber Abaci (traducido como Libro del ábaco) no los introdujo en Europa (los números son árabes, por cierto) los contadores de la época utilizaban ábacos o piedras (cálculus en latín, de ahí el nombre utilizado hoy para “calcular”). Lógicamente, la Iglesia de la época calificó el libro de demoníaco. Esta es la “historia” que más se repite en “la historia de la ciencia”.
Y como no encontraron una piedra que representara al número cero, hasta el siglo XVI no se hizo común su uso, solo cuando fue necesario por nuevos aportes en el álgebra. Su símbolo proviene de la palabra griega ouden (que significa “nada”) y que comienza por la letra griega ómicron. Y mención aparte, tiene los símbolos más y menos, que hasta el siglo XVI no se usaron como tales, y provienen de cajas con mercancía en las que se pintaban esos signos para expresar que una caja tenía más o menos peso de lo que debía.
Al científico Issac Assimov le pusieron, en la revista Science Digest, el reto de responder una pregunta sobre ciencia realizada por un lector cada día de publicación. El reto resultó positivo en aquellos ocho años, desde 1965 hasta 1973. Finalmente, se seleccionaron 100 preguntas y así salió el libro 100 preguntas básicas sobre la ciencia. En él se habla sobre el universo, sobre la relatividad de Einstein, sobre el efecto invernadero, incluso sobre la antimateria, tan de moda hoy en día.
Uno de esos lectores le preguntó quién era el mejor científico de la historia, y Assimov contestó con una frase de Alexander Pope que decía: “La naturaleza y sus leyes permanecían ocultas en la noche. Dijo Dios: ¡Sea Newton! Y todo fue luz”. Probablemente la generación de hoy viva un poco en la oscuridad y dependa de nosotros aportar algún nuevo rayo de luz. Voy ahora mismo a pedirlo por internet para mi sobrina.
