Los sucesos socio–políticos del pasado más reciente han provocado la reflexión sobre el modo de formarse los prejuicios, su extensión y consecuencias, y la ocupación con grupos de personas con prejuicios u objetos de ellas.
Siguiendo con atención los sucesos de nuestra época, es fácil darse cuenta cómo pasa el comportamiento de quienes están cargados de prejuicios, de una opinión peyorativa infundada ante cierto grupo, a una actitud hostil que, luego de llegar a la difamación y a la discriminación, termina en descarga de odio, agresión y hasta en la eliminación física.
Junto al antisemitismo y a los procedimientos horrendos con los que se trató de liquidar definitivamente la cuestión judía en Europa central, se encuentran otros puntos de convergencia y otros campos donde investigar los prejuicios, como, por ejemplo, la discriminación de los negros en Estados Unidos, el apartheid en África del Sur, la situación de parias de distintos grupos en las cinco partes del mundo, como los protestantes en España, al serles negada la igualdad religiosa de derechos, o las mujeres, que siguen siendo todavía poco consideradas pese a la progresiva democratización básica. En resumen, se trata siempre del menosprecio o de la postura hostil ante ciertos grupos de personas, ya por razones étnicas o raciales, ya por diferencias religiosas, sociales, ideológicas o inherentes al sexo.
En relación con el problema de los prejuicios sociales en conjunto, se abren, sin embargo, algunas perspectivas no carentes de un reflejo de esperanza. Aun concediendo que varios aspectos de la Ilustración han demostrado ser infructuosos o incluso destructores, significa sin embargo esta corriente, un momento cumbre en la historia de la humanidad con cultura. A ella hemos, al fin y al cabo, de agradecer: la negación eficaz de toda una serie de prejuicios sociales, la declaración de los derechos del hombre, la eliminación de privilegios sociales, la liberación de los campesinos, la emancipación de la mujer, y el reconocimiento del derecho de voto a todos los ciudadanos mayores de edad y en el uso de sus facultades.
Bajo la influencia de la idea de humanidad, se ha desarrollado el Estado constitucional moderno, al hacerse cargo en su programa social de las necesidades de los ancianos, rentistas, refugiados y víctimas de la guerra, hasta ser un Estado social.
Al lado de estos índices de una democratización fundamental en progreso, puede observarse en detalle cómo se abre camino cada vez más la idea de la tolerancia en el campo de las confesiones religiosas y cómo lleva el diálogo entre las Iglesias a actitudes comprensivas y abiertas. Al avance de las ciencias exactas se une el progreso de las ciencias sociales.
Ocupan en el mundo civilizado un espacio cada vez más amplio y quizás logren, con el tiempo, allanar caminos para un entendimiento de los pueblos y de distintos grupos sociales entre sí.
Luego de constatar cuántos planos de la existencia han pasado a ser objeto de la ciencia, y el aumento de las posibilidades de los ciudadanos para llegar hasta las fuentes de la educación, no parece completamente ilusoria la fe en el éxito de la lucha contra la falta de educación o educación insuficiente, como foco de prejuicios sociales.
La gran oportunidad de eliminar los prejuicios se halla contenida en la educación de un pensamiento y un modo de obrar conscientes de su responsabilidad. Hay que tratar de formar una sociedad abierta y tolerante, en la que ciertos antecedentes y predecisiones, sin los que no hay convivencia, excluyan la aparición de prejuicios.
Por medio de la educación habría de lograrse, poco a poco, la canalización sana de la emotividad e impulsividad y, de requerirse todavía una víctima propiciatoria para la descarga de agresión, buscar combatir como enemigo la pobreza, el hambre, enfermedad y miseria, pero no al hombre como hermano, sin diferencia de origen, religión, raza o sexo. Tal debiera ser –libre de prejuicios– la esperanza de nuestro presente.
¡Feliz Año Nuevo 2008 deseo a todos mis compatriotas y amigos!
