Transcurren mil días desde aquél histórico 1 de septiembre de 1999, cuando la primera mujer panameña asume el poder del Estado, después de una vida llena de penas, sacrificios, exilios, sinsabores y alegrías.
Mireya Moscoso se erige mandataria escogida por el destino para recibir el Canal de Panamá e inicia una vida republicana en plena independencia y sin la tutela de otra nación. Este honor encarnado en una humilde hija de Pedasí, es la grandeza histórica a la cual aspiraron muchos hombres y mujeres, y solo le fue reservado a la presidenta por su perseverancia y entrega a los sectores menos favorecidos de este país.
He visto en innumerables visitas al campo y áreas pobres del país, a una presidenta encarnando las angustias populares, que no se retira de los actos públicos hasta que el último de los presentes estreche su mano y tenga una solución a sus problemas. En la recién inauguración del Museo de los Hermanos Arias Madrid, tuvo la paciencia necesaria para tomarse fotos con cada uno de los asistentes sin distingo de clase social.
Para los nacidos en los centros urbanos, un foco, una letrina, un huerto familiar, un camino de penetración, un centro de salud, una escuela, un vaso de leche, un colchón, no significan nada. Para los pobres de este país, cualquier gesto noble de asistirle en sus penurias constituye la diferencia entre sentirse un panameño más o un desposeído cualquiera. Es por eso que la presidenta divide su tiempo de trabajo entre la ciudad y el campo, sin descuidar a los panameños y entendiendo que se gobierna a lo ancho y largo del país.
Cuando transitamos por la Avenida Balboa y vemos aquel monumento levantado para el combate a la enfermedad y la muerte que es el Hospital Santo Tomás, podemos calibrar en su justa dimensión lo que significa ser la presidenta de los pobres.
En la década del 20 el presidente Belisario Porras construyó el elefante blanco y su gestión ha perdurado a través de los tiempos. En la década del 30, en plena crisis económica mundial, el presidente Harmodio Arias construye los cimientos jurídicos, económicos y sociales para que a inicios de los 40, Arnulfo Arias levantara un Panamá nuevo que ha resistido todos los embates de la política criolla y facilita el crecimiento en democracia de esta nación.
Nuestra presidenta es parte de una gesta generacional que, sin regatear lo que otros hombres y mujeres han construido, logra remozar el Estado panameño, y emulando al presidente Harmodio Arias se erige como la presidenta de los pobres y avanza en estos mil días de gobierno hacia la plena consolidación económica, política, cultural y social del Estado panameño.
Ha entendido la presidenta Moscoso que su primera prioridad es el hombre y la mujer de su país, y a ellos dedica todos sus esfuerzos y sacrificios para lograr un nuevo ciudadano capaz de conquistar el siglo XXI y hacer de Panamá el emporio económico soñado por muchas generaciones, cumpliendo así con nuestro destino manifiesto.
Mientras otras naciones más desarrolladas que la nuestra se debaten en profundas crisis sociopolíticas y económicas, la presidenta, con toda su humildad, y sin cacarear, va encontrando las soluciones a nuestros problemas y orienta la nación hacia metas trascendentes dentro de un ambiente de democracia, justicia social y fe en el futuro.
