De profesión, niñera

Los días en este hogar transcurren tranquilos y sin mayores dificultades. Los padres de las criaturas trabajan casi todo el día y a ella le toca bañarlos, vestirlos, darles la comida, en definitiva casi criarlos. Cosa que hace contenta. Habiendo sido la mayor de cinco hermanos está más que acostumbrada a estos menesteres. Y además le gusta mucho jugar con ellos. Casi tanto como lo que ahora mismo es su mayor afición: ver televisión.

No hay para ella, de momento, satisfacción mayor que tumbarse en su canapé y disfrutar del aparato. Específicamente con las telenovelas que ahí se emiten. Casi todas le gustan, pero como no se vería bien ante los jefes, espera que estos se vayan para verlas. A los niños ya les ha tocado en más de una ocasión tener que aguantárselas hasta que tras muchas insistencias ella accede cambiar a algún canal infantil, no vaya a ser que alguno de ellos se vaya de la lengua y le cuente a su mamá que no les dejó ver las caricaturas.

Por lo demás, los niños la adoran, ella es cariñosa y se los ha ganado a pulso. Si bien las charlas que sostiene con ellos son bastante pobres en contenidos y vocabulario, y las explicaciones que les da relacionadas con las cosas que pasan entrañan una lógica demasiado concreta y simplista (quizás debido a su falta de estudios, la poca estimulación recibida y una pobre capacidad de razonamiento) su trato amable y cálido equilibran la balanza.

Salvando diferencias de edad y rasgos de carácter, Julisa representa el prototipo de nanas que por suerte más abunda. Y digo por suerte porque si se hice una categorización del perfil de este tipo de trabajadoras, nos encontraríamos con otros grupos cuya relación con los niños dejaría mucho que desear.

Por ejemplo está el caso de Zoraida que aunque tiene casi los mismos años de Julisa, su ceño muchas veces fruncido y su personalidad algo más seca hacen que se le atribuyan unos tantos más. Cuando pasea en su carrito a la niña que tiene que cuidar hay que fijarse bien si lo que trae consigo es un bebé o un paquete de la compra. A solas con ella cumple cabalmente todas las asignaciones (lavarla, darle el biberón, cambiarla...) pero casi sin hablarle. Si bien ganas no le han faltado, nunca le ha puesto las manos encima. Puede que no le haya despertado las fibras sensibles pero tampoco la repudia; simplemente, le es indiferente. Bueno, eso mientras no llegan los jefes porque cuando esto pasa se muestra de lo más dulce con la chiquilla.

Dulce también parece Anayansi con unos mellizos cuando la están viendo otras personas. Pero de puertas para dentro las cosas se ponen muy pero que muy feas. Los agarra de los pelos o los empuja cuando ellos remolonean, les da la comida a la fuerza si no quieren más, los deja llorar sin atenderlos por varios minutos e incluso les ha dado un par de nalgadas. Mientras no hablen, piensa ella, difícilmente los patrones se enterarán de semejante maltrato.

Y desafortunadamente eso puede pasar. Conscientes de que sobre todo antes del año y medio los pequeños lo tienen más difícil para explicar verbalmente situaciones que se están dando, las niñeras abusadoras dan rienda suelta a la expresión de sus propias frustraciones a través de ellos. Por lo general se trata de mujeres frustradas muchas veces por los avatares de la vida y que han optado por este empleo como método de supervivencia, nunca por verdadera vocación. Por encima, si son madres, suelen guardar resentimiento al no poder brindarles a sus propios hijos ni la enésima parte de los bienes materiales o la atención de que gozan los privilegiados a quienes tienen que cuidar.

A Dios gracias, lo que prima son las que se parecen a nuestra protagonista; aunque no son pocas las Zoraidas con las que sin duda también hay que pelar el ojo. De estas, las primeras son obviamente las mejores cuidadoras y el único peligro que emanan es el concerniente a ellas mismas. Con muy poca educación sexual, son presas fáciles de los machos (solteros o no) ávidos de lo que ellos llaman carne fresca. Por eso unas cuantas lecciones de la ama de casa en torno al tema no vendrían nada mal. Pero ese es otro cantar.

Lo que aquí se pretende exponer es que aunque esta tipología no pase de ser una hipótesis (y haya que tomarla con reserva atendiendo las diferencias individuales) no en manos de cualquiera deberían estar unos seres en pleno desarrollo. Si bien es cierto que no se ven demasiadas niñeras malvadas libres por ahí, de que las hay no me cabe la menor duda. Y a diferencia del contrapeso que los padres pueden hacer ante la falta de una comunicación fecunda entre las empleadas y los niños ( por ejemplo, hablando lo más posible con ellos cuando se llega del trabajo), las secuelas que dejan las del tipo de Anayansi son más difíciles de erradicar.

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