Una provincia en el olvido

La única vía que une a Chiriquí con el resto del país, nuestra arteria de nutrición comercial, está a punto de colapsar. Cada vez que nos desplazamos hacia esa región, debemos pedirle a Dios que se apiade de nosotros y que lleguemos sanos y salvos. Sus huecos y quebrantos son monstruosos, algunos definitivamente representan una peligrosa trampa para todo el que se acerque. Nosotros, los chiricanos, debemos hacerle ver al país entero por qué es necesario el apoyo de todos para construir una carretera decente y amplia, que conecte a todos los panameños con la suficiente seguridad y comodidad. La mayoría del país quizás se abstiene de brindarnos su apoyo gracias al estigma de rechazo que se ha posado sobre nosotros durante tanto tiempo. Estando lejos del hogar, exponemos lo que nos hace sentir orgullosos de ser chiricanos.

Al estar lejos de mi tierra, ese magnífico oasis caliente y frío, lo que más extraño es la tranquilidad en que vive cada uno de mis paisanos. Añoro aquel fácil andar por las calles de mi pueblo, sin la molesta algarabía que crean sin misericordia buses y taxis en la ciudad de Panamá. Añoro el olor a lluvia goteando sobre la verde flora; extraño las tardes veraniegas de diciembre, enero y febrero, y sus fuertes brisas norteñas. El sonar del agua al chocar cuesta abajo en manantiales cristalinos; nuestras visitas a Dolega en Carnaval, los baños refrescantes en los ríos de San Pablo o Los Anastacios. Cerro Punta, compartiendo la belleza de Bambito y Volcán, que nos transportan a otro mundo de exquisitez. Esos pequeños paisajes que parecen extranjeros, y que logran embeber a todo visitante gracias a su cautivante clima y color. Regiones inmortales como Bugaba, Gualaca, Las Lomas, Potrerillos y Tolé, en donde tanta gente buena y productiva nace. El volcán y su imponente presencia. Mi Alanje querido, visitado con afán en Semana Santa, y que con sus panes de maíz y pepitas de marañón, nos obligan a visitarlo cada año. Las lluvias, mis desfiles de noviembre, mi Navidad de diciembre, la familia, los amigos. Mi cielo estrellado, despojado del pudor que causan las luces de grandes edificios. Nuestra vuelta ciclística, que reúne a los mejores pedalistas de América. Boquete, ese rinconcito de la patria que nos agasaja con flores, café y duros de fresa. Nuestras ferias, ya que de todas ellas podemos escoger la que más nos agrade, y así reunir a nuestros seres queridos.

En marzo, la feria de San José de David, que nos ofrece bailes, artesanías y comidas, y que con sus muchos juegos nos permite despistar la seriedad del resto del año. Mi béisbol, cargado de emoción, lleno de triunfos y derrotas. Mi playa de Las Lajas, que sin egoísmos cada verano recibe a sus visitantes con un buen baño de sol.

La fortuna de tener tan importantes hidroeléctricas; fincas bananeras de Puerto Armuelles y Barú; el área fronteriza con Costa Rica, que representa una zona comercial imprescindible para el país; verdes campos, nuestro ganado, fuente básica de alimentación para todo el país.

Todo eso y muchas cosas más encierra mi provincia chiricana, amada con el corazón por sus hijos, despreciada por otros.

El opaco concepto que se maneja de Chiriquí, realmente va más allá de los campeonatos de béisbol. Es un mal que produce ardor en mi sangre ya que, a menudo, escucho la fascinación con que el resto del país nos mira y crucifica. Nos juzgan por querer un mejor futuro para los nuestros y para el país en general, nos humillan muchas veces por querer recibir un poco de lo que nos merecemos, ya que representamos uno de los mayores empujes para esta pequeña nación. Si cada panameño estuviese tan orgulloso de su tierra, estoy seguro de que viviríamos en un país más equitativo y progresista.

“Estado federal o autopista” eran los lemas de algunos hace unos años. Su simple afán era que se nos prestase un poco más de atención. Quizás, en el fondo, su deseo primordial era gritar por la descentralización aún necesaria de nuestro gobierno y sus procesos, o recibir lo justo, ganado a punta de trabajo y esfuerzo: una simple carretera decente.

Pues el deseo de aquellos no fue cumplido, empero, se nos ha echado encima la carga de ser pedantes y engreídos. Hasta los chistes de personajes argentinos han cambiado de nacionalidad. Sinceramente, si me acusan y castigan como si hubiese cometido un crimen, y en realidad soy inocente, cometeré el pecado que me inculpan para poder consolar aquel desprecio que recibimos, pues el castigo, ya se está cumpliendo. Pienso que esto es lo que ha venido pasando en los últimos años, idea que está lejos de cambiar en el país.

En Chiriquí encontrarán personas a las que nos gusta la hospitalidad y que sabemos recibir a los que por allá nos visitan. Ojalá algún día seamos capaces de aislar el fanatismo beisbolístico, que tanto bien le hace a nuestro deporte, de lo que verdaderamente somos, para evitar que espinas invisibles inunden poco a poco el corazón de sus paisanos del interior. Estoy seguro de que si hubiesen vivido apenas una décima parte de las cosas por las cuales yo quiero a mi provincia, y de verdad quisieran a la patria que los vio nacer, estarían dispuestos a olvidar o, por lo menos, a intentarlo. La esperanza es lo último que se pierde. ¡Viva Panamá!

El autor es estudiante de medicina

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