GESTIÓN DE CALIDAD.

El próximo Presidente

Tal vez por aquello de que las campañas políticas son más espacios de acción que de reflexión, cuando se trata de elecciones presidenciales solemos concentrarnos en el quién, no en el qué. Pero en ese afán olvidamos lo más importante: la discusión sobre qué país queremos tener después de que el próximo gobernante termine su periodo. Y no hablo de una frase de campaña pegajosa compuesta en un jingle, esa ficción poética llamada publicidad política que cada lustro tanto nos anima.

Pensando en ese qué, en lugar de quién, el próximo Presidente de la República enfrentará un desafío sin precedentes: cambiar lo intangible. Entre las presidencias de Endara y Torrijos asistimos a un necesario periodo de transformaciones, cuya carta de presentación fueron las obras públicas: carreras, puentes, aeropuertos, escuelas, centro de salud, etcétera. Pasar a la historia por construir dos autopistas o un puente sobre el Canal, es un camino que ya se nos está agotando.

Es mucho más fácil llevar adelante la ampliación del Canal, construir la cinta costera o el ensanche de la Transístmica que institucionalizar un sistema educativo moderno, instrumentar una justicia seria o lograr un funcionariado público competente. Hasta cierto punto, los anteriores presidentes tuvieron siempre a mano esa puerta de salida que significaba poner "la primera piedra" de algo, e irse luego tranquilos al álbum de la historia. La misma dinámica del desarrollo hace que nos preguntemos, ¿cuántos elefantes blancos quedan en la lista antes de emprender los cambios fundamentales? No muchos, me temo.

El desarrollo de los países trae nuevos desafíos para la política, y uno de ellos es comprender, en el caso nuestro, que el país entra a una etapa en la que es necesario transformar, ya no solo calles y las avenidas, sino aquello que realmente marca la diferencia entre las naciones: la educación, los servicios de salud, los servicios públicos, el modo en que trabaja la burocracia, el sistema judicial. La manera misma como nos vemos y vemos a los demás.

Pensado puramente desde la estrategia política, hacer mover estas agujas del desarrollo no es lo más atractivo electoralmente hablando. Por eso mismo, creo que el próximo Presidente tendrá el reto de evolucionar ese pensamiento político tan primario –psicología nacional– que hace del poder su fin primero y último. Trascender la política paleolítica, ni más ni menos.

Un presidente, por sí solo, claramente no puede llevar a cabo estos cambios. No obstante, sí puede conducirlos, liderarlos y orientarlos en conjunto con los otros actores nacionales. Vamos, de lo que hablo es de que el próximo mandatario o mandataria sea el Presidente de la calidad. ¿Que será complicado? Por supuesto que sí. Las revoluciones siempre lo han sido: el Canal no se recuperó pidiendo un café con leche…


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