Corría el verano de 1953. Un joven médico catalán decidió explorar nuevos mundos. No deseaba vivir en una España sometida a la tiranía franquista, contra la que había combatido ferozmente. Con limitados ahorros, acumulados en una corta carrera de fútbol profesional, zarpó en barco rumbo a Panamá, país donde había emigrado un amigo. Debido a la escasez de médicos y la apertura de un sanatorio para tuberculosos, ahora Hospital Nicolás A. Solano, se le ofreció trabajar en La Chorrera. Después de dos años de labor, acosado por nostalgia y soledad, regresó a su tierra para traerse a su esposa e hija. Desde entonces, se quedó viviendo en un suelo istmeño que lo acogió hasta su muerte.
Tuvo tres hijos más. Sufría estrechez económica. El salario de un galeno a mediados del siglo pasado era vergonzoso (todavía lo es) y odiaba cobrar a la gente por atenciones sanitarias privadas. A cambio, recibía gallinas, huevos, frutas y hortalizas. La curación del enfermo, junto a muestras de agradecimiento y sonrisa, bastaba como recompensa a su vocación. Su esposa, preocupada por gastos y deudas, decidió habilitar un espacio del hogar para instalar un salón de belleza y cooperar con las magras finanzas familiares. Los cuatro niños se educaron en la escuela San Francisco de Paula y en el colegio Pedro Pablo Sánchez. Por las enseñanzas de sus padres, la disciplina de sus clubes de fútbol y el esfuerzo de labrar un futuro, alejado de su patria, su vida se destacó por honradez, puntualidad, responsabilidad y denuedo. Se irritaba cuando muchos de sus colegas llegaban tarde al hospital y se esfumaban temprano mientras él cumplía a cabalidad sus funciones y horarios. Paradójicamente, su salario era idéntico al de los haraganes. Las cualidades creativas, ahorradoras y administradoras fueron aportadas por su cónyuge. Sus vástagos crecieron aprendiendo esos valores humanos. Uno de ellos, Guillermo, es el nuevo director de la CSS.
Billy, apodo de su padrino chorrerano, es una persona admirable, sesgos aparte. De adolescente fue muy trabajador. Lavaba autos, vendía periódicos, picaba hielo para turistas que iban a las playas, lustraba zapatos y empaquetaba en supermercados. El dinero obtenido era colocado en una alcancía. Para no perder tiempo en almuerzos, compraba “galletón” y soda “rompepecho”. Por sus dotes de liderazgo, solidaridad, deportivas, buen humor y travesuras, tenía facilidad para hacer amigos. No hallaba nada difícil. Con creatividad, dedicación y perseverancia, lograba anhelos. Se graduó de ingeniero industrial en la Universidad Tecnológica. Sobresalió en actividades gerenciales de IBM, Microsoft, Cable & Wireless, Constructora Suárez y GBM. Su talento y capacidad han sido reconocidos local e internacionalmente.
El presidente Martinelli lo eligió para ocupar un complicado cargo público. Ya le di el pésame. Billy ha tenido escasa experiencia en entidades gubernamentales (Contraloría). A nivel privado, no hay tanta burocracia, mediocridad, holgazanería e indisciplina. En la esfera estatal, los vagos y anodinos no pueden ser echados fácilmente. Basta con respirar para conservar el puesto y gozar de aumentos periódicos. La CSS es un tumor maligno con metástasis cancerosas. Para depurar esa vilipendiada institución, deberá pisar muchos callos. Acabar con la politización de la directiva, deficiente administración, abultamiento de la planilla, ralentización de procesos, incumplimiento de labores, habitual corrupción, popular clientelismo e intransigencia de gremios o sindicatos, puede llevarlo a agotamiento y renuncia. Emular el modelo de la ACP resultaría provechoso. Demostrar transparencia, asignar jerarquías por méritos y designar comisiones independientes para potenciales conflictos de interés serán herramientas vitales de su gestión. Deberá mantener una comunicación armoniosa con el Ministro de Salud para coordinar actividades, adquirir tecnologías o medicamentos de manera compartida y evitar duplicaciones.
Si el mandatario buscaba un director honesto, capaz, creativo, diligente, puntual y sin ataduras partidistas, la decisión fue atinada. Si lo dejan trabajar, adecentará la CSS. Rendirá tributo a la memoria de su padre y al orgullo de su madre. Yo esperaré para juzgarlo. Si satisface las expectativas del usuario lo inmortalizo, de lo contrario lo inmolo. Y, aunque adquiera nombre musulmán para despistarme, me aseguraré de que no haya doncellas vírgenes aguardándolo arriba…
