Mi querida Panamá, tantos recuerdos, vivencias y experiencias tenemos juntos, cuantos gritos, cuantas canciones y poemas, cuantas poesías, se han hecho en tu nombre. Cuantas veces por tus calles nos vistes pasar vestidos de blanco, con pañuelos y sartenes en mano, gritando desde tus aceras y muchas veces en plena calle gritos desesperados de libertad, justicia, democracia. Esas calles tuyas nos conocen, esas plazas tuyas guardan silenciosamente esos días oscuros de nuestra nación. La 5 de Mayo, el parque Porras, la Escuela de Venezuela, la Calle 50, la vía España, la iglesia del Carmen, la prontamente olvidada avenida Balboa, el país entero unido por una causa: liberarte, liberarnos.
Cuantos amores nacieron esos días, algunos dieron frutos, otros quedaron en el recuerdo de esos años, cuando no solo nos unía esa canción de libertad, sino también el protegernos de los militares que se creyeron dueños absolutos de nuestra patria, nuestras arcas, nuestros cuerpos, pensamientos y conciencia. Cuantos cuentos, historias y anécdotas compartimos contigo, cuantas caminatas, marchas de protestas, caravanas, hicimos para hacer valer la dignidad de ser panameños libres y democráticos. Hoy muchos de esos militares, gracias a la indulgencia de este pueblo pacífico y sano, viven en la democracia y justicia que ellos nos quitaron.
En estas calles y aceras están escritos los nombres de los que aún están aquí, y de los que ya no están, pero dejaron su cuota de civismo y de amor a nuestra patria. Por ellos, por nosotros, por los que no vivieron esos años de terror, no podemos olvidar esa época ni a sus protagonistas y menos dejar que se repita. Nos queda el orgullo de que si un día nuestros hijos preguntan, ¿y tú qué hiciste por tu patria?, le podamos responder sin temor todo lo que hicimos y volveríamos hacer. Mi padre no nos tuvo que responder esa pregunta, porque a su lado la vivimos. Recuerdo sus pasos valientes, y su amor por Panamá. Hoy ya no somos los mismos, algunos amigos de entonces han seguido con la cabeza en alto, cuidando lo que nos costó recuperar, otros no; algunos cambiaron el color de sus miradas, de sus banderas por sus propias luchas, ilusiones e intereses personales; se olvidaron pronto de lo que nos significó esta libertad tan preciada que vivimos. Quizás sus sueños sean otros, los míos, como los de la mayoría, son los mismos de ayer: un futuro digno y luminoso para mi Panamá, para nuestros hijos y nietos, para los panameños de corazón grande y sueños tricolor.
