Se entiende por idiosincrasia la forma de proceder de los pueblos de acuerdo a sus costumbres, cultura, historia y valores morales. Ella constituye el sello y reflejo que nos identifica dentro y fuera del contexto social; en ella está intrínseca la forma de expresarnos, de manifestarnos de sentir, pensar y actuar.
La idiosincrasia se alimenta de los valores morales, del fortalecimiento de la conductas positivas altruistas y adaptativas, del tipo de cultura que prevalezca en el medio social. De la misma manera, la sociedad se engrandece cuando tenemos bien definidos los conceptos de responsabilidad, honestidad, respeto al derecho ajeno, civismo y lealtad.
Cuando la idiosincrasia, los valores morales, las obras materiales y espirituales –elementos que constituyen la cultura de los pueblos– a más de perfeccionarse, entran en un estado de deterioro y regresión, es decir en crisis, los pueblos pierden toda identidad. Como consecuencia de esta situación salen a prevalecer los instintos y conductas más bajas del ser humano, la inmoralidad, corrupción, violencia, criminalidad, desbordamiento del instinto libidinoso etc.
Esto lo explica claramente el psicólogo y humanista Erich Fromm, cuando dice “Todo esto ocurre cuando el individuo le ha perdido el sentido a la vida y a la singularidad, cuando hemos hecho de nosotros mismos un instrumento de propósito ajeno a nuestra identidad, cuando nos experimentamos y nos tratamos como simples mercancías de la peor calidad, que se vende al mejor postor; cuando nos convertimos en objeto y sujeto de escoria humana”.
Observamos a diario que nuestra juventud ha perdido toda fe, nos percatamos de que se siente impotente, mucha veces despreciada. A causa de esa impotencia, es incapaz de discernir de todo aquello que pueda crear un ideal, una meta en la vida; pareciera que deambula en un mundo oscuro de incomprensión y violencia, y conserva por instinto su ánimo porque escucha que los demás silban como ellos.
Dostoievski, decía “Si Dios no existe todo está permitido”, esta es una verdad en la que muchos jóvenes y adultos creen, que al no existir Dios todo está permitido, por lo tanto no existe ningún principio moral ni norma ni valores que aceptar.
Muchas de las causas que contribuyeron y contribuyen al deterioro de nuestro valores morales las encontramos en el sistema político, lo hemos visto en la política, en los políticos, en la alta jerarquía de la administración pública y en los diferentes órganos del Estado en donde la corrupción ha sido el espejo en donde se ha visto nuestra juventud.
Este fenómeno no es de ahora viene desde los tiempos del paternalismo patológico, de los 21 años de autoritarismo, cuando la sociedad panameña fue víctima del expolio de los derechos humanos, de nuestra libertades, de los más elementales valores; donde los conceptos de lealtad y traición, moralidad e inmoralidad eran la misma cosa, donde se le rendía culto a la mediocridad y, con ello, al comandante en jefe.
Tenemos un gran reto por delante, redefinir los conceptos de idiosincrasia y valores morales, si no queremos que terminen de colapsar, de igual forma que colapse nuestra identidad. Sabemos que la asimilación de los valores empieza en el medio familiar, estos valores adquiridos en el seno familiar ayudan a insertarnos eficaz y armónicamente en la vida social, de este modo la familia coadyuva a lanzar ciudadanos valiosos, honestos y responsables para el bien de todos. El compromiso para adecentar el país es de todos, de la Iglesia, la sociedad civil, de los grupos organizados, de los empresarios serios, del gobierno, y fundamentalmente del sistema educativo.
La educación debe sustentarse en principios filosóficos firmes y duraderos, que resalten e inculquen a la juventud el sentido de los valores morales y espirituales. Un verdadero cambio en el proceso enseñanza aprendizaje conlleva una transformación profunda en términos cualitativos y no cuantitativos, el hombre no es solo materia también es espíritu. Transformar en su más alto sentido la educación es lo ideal, significa la comprensión de los fenómenos sociales, significa que ningún niño quede atrás.
Desarrollar la inteligencia y los talentos, el respeto a los derechos humanos y al sistema cultural significa bajarse del escenario y observar a los actores desde abajo. Sólo así podemos reivindicar y rescatar la conciencia de panameños ilustres como lo fueron Justo Arosemena, Harmodio Arias, Octavio Méndez Pereira, Eusebio A. Morales, Guillermo Andreve y José D. Moscote, entre otros.
