HERMES SUCRE SERRANO hsucre@prensa.com Aquel 12 de diciembre de 2002, a la una de la tarde, en el aeropuerto de Tocumen, Rodolfo Henríquez necesitaba dos pañuelos: uno para despedir a su familia y otro para secarse las lágrimas. Su consuelo era que a medida que se elevaba el avión de la compañía Air Ambulance Express, crecían las esperanzas de salvar la vida de su hija Adara Lucía Henríquez, quien requería con urgencia un trasplante de hígado en Estados Unidos.
Adara (belleza en griego) viajó con su madre Martha Lucía Restrepo de Henríquez y con un equipo de paramédicos. La niña no resistía un vuelo comercial por su estado delicado a causa de una atresia extrahepática congénita que impedía el funcionamiento de su hígado. Tenía los días contados; su vida dependía de un trasplante de hígado, a un costo superior a los 300 mil dólares. Rodolfo viajó el día siguiente para reunirse con su familia en el Boston Children Hospital, Estados Unidos.
