Hay que reinventar la solidaridad

En Boy’s Town, cerca de la ciudad de Omaha, en Nebraska, se ha erigido un monumento que representa a dos adolescentes. El mayor, sonriente, carga a cuestas a otro, más pequeño, imposibilitado para caminar. La historia cuenta que cuando se le preguntó al más grande si no le cansaba llevar al menor, la respuesta, grabada al pie del monumento, fue: "No. No es pesado. Es mi hermano".

El ser humano puede hacer más por los demás de lo que ha hecho hasta ahora. Desde esa perspectiva, el desarrollo de la humanidad y el bien común no son solamente una elección, representan una precondición para la sobrevivencia de la especie humana. El concepto de bien común es incluyente, porque afecta a todos en la interrelación de la vida social.

De allí, entonces, que como sociedad se hace necesaria una reformulación sicológica y espiritual del comportamiento político, social y económico que origina la incomprensión, el abuso, la exclusión y la violencia. Un ser humano más consciente de sus vínculos con los demás es aquel cuya inteligencia emocional le hace ver que es mejor ayudar que lastimar, que ser honesto es mejor que ser corrupto, que crear es mejor que destruir.

Los estudios del comportamiento social aseguran que cuando la gente no se atreve a cambiar, pierde la humanidad en su conjunto. El único medio eficaz para aspirar a la bondad, es hacer el bien. El número de personas buenas activas no es tan limitado como lo quieren hacer creer quienes pretenden ocultar su mezquindad tras una supuesta multitud de malvados.

Reinventar la solidaridad y fortalecer el tejido social es un proceso que se inicia en las emociones y los pensamientos, y que se traduce en acciones e intercambios diarios en la familia, la comunidad y el país. Hay que crear vínculos que integren, que trasciendan las diferencias y generen haces de unidad como nación.

Panamá clama por recuperar el entusiasmo de su gente, por la mayor profundización de un proyecto de vida en común y por una actitud más vivificante. Es un deber ciudadano resguardar el carácter razonable y pacífico de la sociedad. Las tensiones conspiran contra la economía, la seguridad de las inversiones, la posibilidad de generar empleos y las aspiraciones de la mayoría de los panameños. Quienes se escudan tras sus mezquinos intereses, no pueden ignorar los derechos de los más necesitados y de los olvidados por gobiernos y empresarios llenos de codicia.

Una sociedad que exalta el lujo, el derroche y la opulencia en una desenfrenada carrera estimulada por la infatuación y la ostentación, genera exclusión, socava sus cimientos y promueve su autodestrucción, porque levanta muros y cierra puertas.

El país no puede estar condenado a penurias. Hace falta un pensamiento crítico que permita despejar el horizonte y que enriquezca a la sociedad, que reinterprete constantemente el pasado y vislumbre el perfil de los días que vendrán. Eso no garantiza una inmediata modificación del entorno actual, pero permite identificar caminos para impulsar cambios graduales dentro de cada esfera de influencia. También hace posible descubrir los fines ocultos de quienes tienen como propósito desorientar y enturbiar la vida nacional.

La decadencia no debe ser una resignación de la mayoría de los panameños. Hay que reconocer que la mayor parte de la sociedad se encuentra doliente y angustiada. De allí la urgencia por construir una sociedad mejor, con una visión de sus posibilidades y potencialidades. Esa es tarea de los gobernantes, principalmente, pero también de quienes poseen la capacidad de mejorar el camino de los demás.

Los filósofos positivos enseñan que las buenas acciones refrescan la sangre y dan sueños felices, elevan el alma y la disponen para obras excelsas. Los pesimistas sostienen que pese a los avances de la ciencia y la tecnología, el ser humano sigue siendo cruel, avaro y petulante. El fin de esa discusión está en la sabiduría de tratar de imitar a una persona bondadosa y de hacer un examen de conciencia cuando se observa un proceder discordante con el ilimitado potencial de hacer el bien.

No es posible aparentar bondad por largo tiempo si en verdad no se posee esa virtud. En la generosidad hay algo de egoísmo altruista. Al estimular la alegría, promover la esperanza, brindar consuelo, dar un consejo sano, una palabra piadosa, no solamente se derrama un poco de bálsamo sobre quien lo recibe; quien lo da también conserva entre sus manos algo de esa fragancia.


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