Si algo cambió drásticamente –de la noche a la mañana- con la pandemia de la Covid-19, son las relaciones interpersonales, laborales y sociales. Lo que era común hasta hace algunos meses, hoy es impensable y prohibido. Las restricciones sociales y controles sanitarios han sido severas para evitar la propagación del virus y el colapso del sistema sanitario.
Algunas de esas medidas: cierre de establecimientos comerciales, educativos, religiosos, oficinas públicas, el distanciamiento físico y social de toda la población, la cuarentena domiciliaria, etc. Esto hace que la reapertura de las actividades laborales se deba realizar con las normas de prevención y bioseguridad para lo cual se requieren campañas de educación ciudadana.
El campo laboral, uno de los primeros afectados, obligó a las empresas a improvisar e instaurar el teletrabajo mediante nuevas tecnologías desde los hogares y, aunque es una excelente medida, también acarrea desventajas. El teletrabajo ha puesto en evidencia que existe una invasión del espacio laboral en la vida privada de los trabajadores, convirtiéndose en una pesadilla: jornadas más extendidas de trabajo, infinidad de llamadas y videoconferencias, mensajes en WhatsApp, amenazas de despido por no responder. Esto conlleva a un deterioro de la salud mental por estrés, ansiedad y constituye un acoso laboral.
El teletrabajo en tiempo de crisis sanitaria exige definir y delimitar claramente horarios de trabajo, respetando la privacidad y el tiempo libre. Esto obliga al Estado a revisar y regular este tipo actividad, tomando en consideración las necesidades de las personas más vulnerables, para garantizar los derechos laborales, sanitarios y la privacidad familiar de trabajadores y trabajadoras.
La tecnología aporta cosas buenas, pero también cosas malas, entre ellas, el aumento de la desigualdad. El avance tecnológico debe ser inclusivo, no lo contrario.
No se trata solo de una crisis sanitaria, sino social y económica que nos obliga a vivir, a relacionarnos de manera diferente, a establecer nuevas reglas de convivencia familiar, económicas, sociales y laborales. No entenderlo así es vivir fuera de la realidad.
La autora es abogada y escritora
