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Recuento histórico

Relevancia del bicentenario (1821-2021)

Entramos en 2021, bicentenario de lo que el prócer Mariano Arosemena describió como “el acto más grandioso de la historia de la vida social del país”. En 1821, los patriotas istmeños del interior y la capital decidieron derrocar la corrupta tiranía de la monarquía española, instituyendo, en su lugar, el sistema republicano.

A ese paso trascendental contribuyeron estímulos extranjeros. Hacia 1821, como bien lo recuerda Arosemena en sus Apuntamientos históricos, “la independencia tomaba extenso vuelo en toda la América hispana”.

La primera ruptura con la metrópolis en los territorios españoles había tenido lugar una década antes, en Venezuela (1811). Otras partes de Hispanoamérica siguieron sus pasos, pero los peninsulares no dieron su brazo a torcer.

Venezuela, así como las actuales repúblicas de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y México, fueron escenarios de sangrientas batallas. Crueles enfrentamientos caracterizaron los tres lustros entre 1811 y 1826, cuando, finalmente, se logró la expulsión de los españoles de sus últimos reductos suramericanos.

Ya en 1821 el panorama se vislumbraba favorable a la causa independentista. El 24 de junio, el ejército libertador venció en el campo de Carabobo, lo que permitió la consolidación de la República de Colombia, fundada en 1819 con la unión de la Capitanía General de Venezuela y el Nuevo Reino de Granada.

El 28 de julio, Perú declaró su independencia. El 30 de agosto fue proclamada, en la Villa del Rosario de Cúcuta, la Constitución de Colombia, que proveyó el marco jurídico de ese nuevo Estado republicano.

El 15 de septiembre, Centroamérica se emancipó de la corona española y el 27 del mismo mes, el largo y cruento proceso mexicano de liberación llegó a su momento culminante.

Panamá no existía al margen de estas tendencias. Como zona de tránsito conectada al Caribe y Suramérica, recibía continuamente noticias de los avances republicanos. Además, ya en 1821, la “determinación de ser independientes era una idea invariable, fija” entre algunos sectores influyentes, tal cual lo comenta el prócer Arosemena.

“A los istmeños”, agrega, “no nos satisfacía sino la separación del Gobierno español, el establecimiento de un gobierno propio”. El objetivo se logró en noviembre de 1821, en dos etapas.

De la primera fue protagonista nuestro llamado “interior”, cuyos adalides estuvieron inspirados en objetivos claramente enunciados en el Acta de la Villa de Los Santos del 10 de noviembre de 1821. Los firmantes dejan constancia de que se rebelan contra la opresión del gobierno español y manifiestan su deseo “de vivir bajo el sistema republicano que sigue toda Colombia”.

No estaban dispuestos a seguir tolerando la tiranía del rey y sus agentes. Aspiraban a un régimen de libertad, para lo cual tomaron las medidas correspondientes—incluyendo la organización de una fuerza armada—a fin de repeler cualquier intento por subyugarlos a la dominación española.

Según Arosemena, “ese levantamiento del pueblo santeño hizo una fuerte impresión en la capital”, cuyos sectores principales se apuraron a motivar a la población capitalina hacia la independencia, organizando, rápidamente, la segunda etapa de nuestra emancipación. Para evitar un innecesario derramamiento de sangre, cubrieron los salarios vencidos de la guarnición española, a cambio de que la soldadesca desertara y no apuntara sus fusiles contra los patriotas.

El 28 de noviembre, un movimiento popular acuerpó la declaración de independencia de Panamá. El istmo se proclamó “libre e independiente del Gobierno español” y se unió al Estado republicano de Colombia, regenerándose “por sí mismo” y liberándose “por su propia virtud”, como lo reconoció el Libertador Simón Bolívar al enterarse del suceso.

El conocimiento de la historia debe servir más que para rendir exámenes escolares y atinar respuestas en juegos de trivia. La historia es fuente de inspiración para nuestras actuaciones cívicas, sobre todo, en momentos como los actuales, cuando el peor gobierno del llamado “período democrático” continúa imponiéndonos su interminable corrupción y su maléfico autoritarismo.

Un gobierno que carece de legitimidad, capacidad y autoridad moral debe apartarse del ejercicio del poder. Toca al pueblo, como única fuente de la que emana ese poder, ponerle un punto final al cúmulo de tropelías, exabruptos y ladronerías a que nos tiene sometido este desgobierno impresentable, semejante en su despotismo y codicia a la dominación española que padecía el istmo hasta que nuestros próceres tomaron la determinación de liquidarla.

En el año del bicentenario, inspirémonos en las valientes actuaciones de nuestros patriotas para exigir el nombramiento de un gabinete independiente, la renuncia de Cortizo y Carrizo y—de conformidad con el artículo 189 de la Constitución—el nombramiento de un ministro encargado de la presidencia. Así podremos tener una nueva elección presidencial en un lapso no mayor de seis meses, como lo establece la Constitución, sumada a la convocatoria a una asamblea constituyente de plenos poderes, que nos permita regenerar y adecuar el sistema republicano por el que inteligentemente optaron nuestros patriotas en 1821.

El autor es politólogo e historiador y dirige la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá.


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