Mediante la resolución 61/271 aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2007, se aprobó celebrar el día internacional de la no violencia el 2 de octubre de cada año. La fecha fue definida en conmemoración al nacimiento de Mohandas Karamchand Gandhi. Sí, ese era el nombre del globalmente reconocido Mahatma Gandhi; en realidad, Mahatma era, como decimos en buen panameño, un sobrenombre, que en lengua antigua india significa “alma grande”. Este icónico personaje, a pesar de pertenecer a un movimiento nacionalista indio que luchaba abiertamente contra el dominio británico, fue el precursor de métodos de lucha social no violentos para ese entonces novedosos, predicaba la áhimsa (no violencia) y, de hecho, fue quien inventó la huelga de hambre.
En la actualidad, los movimientos de reclamo social siguen siendo un método más efectivo para evitar que gobiernos, ya sean democráticos o bien autoritarios, usen atribuciones que la propia ley les entrega para acumular poder o neutralizar la oposición política, como lo refleja Ricardo Manuel Rojas en su monografía titulada Resistencia no violenta a regímenes autoritarios de base democrática (2015). Este concepto también fue objeto de estudios analíticos por el filósofo y politólogo estadounidense Gene Sharp, conocido por su extensa obra en defensa de la no violencia como lucha contra el poder, por allá en la década del 70.
Sharp argumentaba que el poder político de cualquier Estado deriva de sus individuos, afirmando que toda estructura de poder se basa en la obediencia de los sujetos a las órdenes. Si el sujeto no obedece, el Estado no tiene poder; esta es la filosofía de la resistencia no violenta. En este hemisferio, Venezuela, Chile, Bolivia, Colombia, Estados Unidos y otros se han visto violentamente marcados recientemente por protestas sociales que, olvidando esta teoría, han hecho de la violencia, su bandera social.
Esta violencia produce caos, daños irreversibles a la economía y a la vida de los propios manifestantes, dejando una relación fracturada de Estado–ciudadanía, ya que el Estado también está obligado a reestablecer el orden público. En Panamá, también tenemos muestras incuestionables de protestas sociales que han pasado a acciones violentas, solo un pequeño paso generalmente impulsado por terceros separa la no violencia de la definitiva violencia; también es incuestionable a la vez reconocer que es violatoria de los derechos de otros.
Es responsable aceptar que la protesta social se ha convertido en un valor en sí mismo, en una forma de tener voz en las sociedades. Es como una forma de decir “oigan, existimos y exigimos atención a nuestros problemas”. Esto no está mal; lo malo está en hacer de nuestros reclamos un acto violento contra nosotros mismos como sociedad.
Nuestro Panamá, sin embargo, siempre se ha caracterizado por la prevalencia de la paz, que no significa ausencia total de violencia, estamos de acuerdo. Esta sociedad, revestida del clásico nacionalismo desde nuestra formación republicana, no es ajena, más bien es consciente, de que la no violencia, la tolerancia, la resiliencia social, el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales, la democracia, el desarrollo humano, el entendimiento mutuo y el respeto de la diversidad, están interrelacionados y se refuerzan entre sí. Entonces, como sociedad, debemos defender ese principio universal de la no violencia, aspirando al bien superior de una cultura de paz que apalanque el bienestar social, buscar siempre mecanismos de resolución de conflictos de forma pacífica, bien sea entre los propios ciudadanos o de nosotros con el Estado.
Debemos reubicar esa cultura clásica latina de violentos a una nueva cultura de no violentos; siendo entonces Gandhi el precursor de la no violencia, cerramos con una de sus frases que contextualizan en forma clara el valor público que se debe perseguir: “La humanidad no puede liberarse de la violencia más que por medio de la no violencia”.
El auto es magíster especialista en seguridad y derechos humanos
