OTRA CONTAMINACIÓN

El ruido ambiental

El ruido representa un importante problema ambiental para el hombre. Desde tiempos pasados en el Imperio Romano ya existían reglas relativas al ruido emitido por las ruedas de los carros. En la Europa medieval se prohibió el uso de los carruajes en ciertas ciudades durante la noche, con el fin de asegurar un sueño tranquilo a sus habitantes.

Sin embargo, el problema del ruido del pasado no es nada comparado con lo que es en la actualidad, y en comparación con otros contaminantes del medio ambiente. El control de ruido no es del todo suficiente en muchos casos, ni el conocimiento de los efectos nocivos que conlleva la exposición a él. Según la Organización Mundial de la Salud, “el ruido actúa a través del órgano del oído sobre los sistemas nerviosos central y autónomo. Cuando el estímulo sobrepasa determinados límites, se produce sordera y efectos patológicos en ambos sistemas, tanto instantáneos como diferidos. A niveles mucho mayores, el ruido produce malestar y dificulta o impide la atención, la comunicación, la concentración, el descanso y el sueño”.

En Panamá, el Decreto Ejecutivo No. 1 del 15 de enero de 2004 establece un máximo permitido de ruido de 60 decibeles en las horas diurnas y de 50 decibeles en las horas nocturnas. Y el Ministerio de Salud es el responsable de su cumplimiento.

Una investigación de la Universidad de Panamá detectó 74 decibeles de ruido en varias zonas de la capital, una cifra que aumenta en las horas pico del tráfico vehicular. Mientras que la Unidad Sanitaria del Ambiente del Ministerio de Salud ha detectado un nivel promedio de medición de 84.9 decibeles.

La intensidad de los sonidos se mide a través de un aparato llamado decibelímetro. Unos ejemplos de la intensidad de los sonidos son: 50 decibeles son los que produce una plática normal entre dos personas; 80 decibeles es el ruido ocasionado por una aspiradora (daño auditivo en ocho horas continuas); 110 decibeles es ocasionado por un concierto de rock (conversación imposible); 120 decibeles mide el sonido del despegue de un jet (máximo esfuerzo vocal, umbral del dolor).

De una forma general, el ruido se asocia con la idea de un sonido molesto –bien por su incoherencia, por su volumen o por ambas cosas a la vez– y me imagino que todos hemos sufrido o pasado por esa experiencia en salones generalmente cerrados (y no hablemos de discotecas).

En celebraciones de 15 años, bodas, bailes populares, etc., los sonidos de las orquestas, conjuntos o disco muy altos se tornan desagradables o insoportables, y si le toca sentarse al frente de una bocina, corre el riesgo de quedar sordo o afónico, a menos que haga como yo y opte por irse del salón. Sin embargo, a los jóvenes parece que les encanta la bulla. Creo que se está creando una juventud sorda. O será como me dicen mis nietos: “Abuelo, estás fuera de onda…”.

Lo cierto, según mi entender, es que en ocasiones podemos ser a la vez la causa y la víctima del ruido. Hay oportunidades en las que sufrimos el ruido generado por otras personas, al igual que sucede con el humo del cigarrillo. Aunque en ambos casos el ruido es igualmente perjudicial, el ruido ajeno es más problemático porque tiene un impacto negativo, sin nuestro consentimiento.


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