En las últimas dos décadas, ha incrementado en un 50% el número de pacientes en el mundo con depresión o ansiedad, según la Organización Mundial de la Salud. Muchos pasos para tomar acción al respecto se han dado, pero muchos más se quedaron en el camino. Aunque la evidencia y el sufrimiento claman por acción, son pocos los gobiernos que incluyen activamente políticas públicas sobre salud mental en su agenda.
Si cada mandatario reflexionara sobre la importancia de la salud mental en los ciudadanos para la productividad económica del país, la historia sería diferente. De acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo, un análisis de 36 países mostró que el incremento de políticas públicas para la depresión y ansiedad generó beneficios significativos, en términos de salud y económicos, por los años extra de vida saludable y por la productividad que se recupera gracias al tratamiento.
Más allá de retribuciones monetarias a nuestros países, el carácter humano tiene un mayor valor. Pensemos en nuestros amigos, familiares, estudiantes y profesores. Son muchas las luchas internas que podrían estar enfrentando contra las enfermedades mentales. Puede parecer inhumano que una persona no sea capaz de dormir como cualquier otra o que se sienta extremadamente mal en cada momento del día. Estos son dolores que no merecen ser prolongados y deben ser tratados de forma oportuna.
Pese a las creencias erróneas sobre la depresión, ansiedad y demás enfermedades mentales, surge un trabajo enorme de concientización al respecto y por ello se conmemora, desde 1994, el Día Mundial de la Salud mental todos los 10 de octubre. Esta festividad tiene el fin de recordar que la salud de cada individuo es la sólida base para la construcción de vidas plenas y satisfactorias.
Quienes padecen estas enfermedades, constantemente se ven afectados en diversas esferas de sus vidas, lo cual se traduce en jornadas cotidianas más difíciles de sobrellevar. Por eso, ninguna persona merece por razones económicas ni estigmas sociales prolongar su dolor; por el contrario, toda persona merece llevar una vida plena, satisfactoria, con la cual se sienta feliz. Si lo pensamos bien, no es justo que una persona carezca de acceso a un buen sistema de salud mental, solo por su condición socioeconómica o por haber nacido en un país en vías de desarrollo.
Según la Organización Panamericana de la Salud, en Centroamérica, México y el Caribe latino solo se invierte un 0,90% en salud mental del presupuesto destinado a todos los sectores de la salud, eso para atender a millones de personas. En cambio, entre los países líderes en salud mental se encuentran Australia y Nueva Zelanda, que destinan gran parte de su presupuesto al tratamiento de enfermedades mentales, pero más importante, a su prevención. Sus políticas se basan en el pensamiento de que todas las personas con enfermedades mentales pueden, en la mayoría de las ocasiones, cambiar positivamente su situación si se mejoran algunas condiciones de vida, tales como: tiempo libre, calidad del sueño, buen ambiente laboral y alimentación adecuada. Sin embargo, se reconoce que el logro de dichas acciones no sería suficiente para que evitar que las personas sufran de ansiedad, depresión u otro tipo de trastornos y enfermedades, que responden a otro tipo de causas.
Estas políticas públicas son siempre replicables y adaptables a diferentes países. Necesidad y urgencia ya tenemos, solo falta voluntad. En Panamá, se espera la sanción del Proyecto de Ley 314 que establece Políticas Públicas de Salud Mental, garantizando el derecho a la salud mental, mediante la prevención y el tratamiento de enfermedades mentales. Pero yendo un paso más allá, para ser conscientes de este problema no hace falta un proyecto de ley. Como ciudadanos nos deben preocupar las problemáticas sociales de nuestro país, es tiempo de tomar conciencia y actuar para preservar nuestra salud mental.
El autor es egresado del Laboratorio Latinoamericano de Acción Ciudadana.
