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Justicia

Se repite la historia, se repiten los monstruos

Ya esta frase la tengo muy practicada cada vez que alguien me pregunta. ¡Ay perdiste a tu mami, muy joven! ¿De qué murió?

Asesinada. Murió defendiéndose de un violador en serie.

Ya sale así mi respuesta, carente de emoción. Son solo sonidos que se reciben con horror.

Sí, fue horrible. Esta frase practicada no dice nada de mi mamá que era un ser de luz que iluminaba a todos con su sonrisa amplia de labios siempre coloreados de rojo. Tampoco de la injusticia disfrazada que aprendí después.

No conozco a nadie que viviera en 1998 que no recuerde exactamente el momento en que se enteró de su asesinato. Su muerte generó muchos comentarios, de dolor, morbo, curiosidad, empatía, muchas emociones intensas. Y como fue un homicidio de “alcurnia”, cómo dijo algún periódico, el presidente del momento, Ernesto Pérez Balladares, dio la orden para que se pusieran todos los recursos disponibles del Estado a la tarea de encontrar al asesino.

Por muchos años esto me generó culpa. Sentía que era un privilegio no merecido, que gracias a nuestra posición social se encontró al culpable, se le hizo un juicio en un marco de tiempo decente y se le dio la pena máxima: 20 años de cárcel. La justicia era un privilegio.

Ahora, a mis 35 años -más tarde de lo que hubiese querido-, aprendí que no debería ser así.

Me explico. Durante el encierro de la pandemia, sentí un deseo muy grande por escribir mi historia personal y, en el proceso de investigación, he abierto todo aquello a lo que le temía mirar a la cara. Ha sido un ejercicio de enfrentarme al monstruo para poder sanar. Y lo que aprendí, es que el monstruo no sólo fue el asesino, sino un sistema que habilita a estos monstruos.

Entrevistando al acusador particular del caso, el Dr. Guillermo Márquez Amado, me enteré de que el asesino tenía dos denuncias de violación antes del asesinato. Esto ya lo había escuchado a mis trece años. Lo nuevo fue saber que una de las víctimas había dado todos los datos para su detención: nombre completo, dónde vivía y trabajaba. Lo terrible: a él, por tener un amigo dentro del sistema, nunca lo tocaron.

Debo ser más clara. Si el sistema hubiese hecho su trabajo, mi mamá no hubiese pasado por el terror del cual se defendió como un león y que últimamente la llevó a su muerte.

Mientras cuestionaba sobre los roles y procesos, ya que me atropella la ignorancia sobrecualquier tema burocrático, El Dr. Márquez me explicó: “Yo no era el abogado principal del caso, porque a las víctimas las debe defender el Estado. Ese rol lo tenía Juan Antonio Tejada como fiscal superior, porque es la responsabilidad de los gobernantes proteger y velar por la seguridad de los ciudadanos. La filosofía es que cuando se violan los derechos de un ciudadano, el Estado se hace frágil, cuando a un ciudadano se le violan sus derechos, se nos violan a todos.”

La razón por la que comparto esta historia ahora es para ejemplificar por qué me siento

violada y tomada de la mano con todas las víctimas del diputado Arquesio Arias, ese que nuestro sistema judicial puso en libertad el pasado viernes 16 de abril, a las 11:00 p.m.

Ya no siento culpa por el privilegio de cómo se llegó a la condena del asesino de mi mamá.

Ahora siento ira, ira porque si el Estado hubiese hecho su trabajo, mi mamá estaría viva. Ira porque un diputado de nuestra asamblea ha sido declarado no culpable por delitos sexuales. Ira por todos los mensajes que he recibido de mujeres que han puesto denuncias de otros abusadores y han sido ignoradas. Ira por tanta injusticia. Y esto no es un tema político ni de partido. Esto no es el PRD. Esto es un problema fundamental de la quiebra del estado de derecho. Cuando se vive en estado de derecho hay igualdad de oportunidades, hay justicia oportuna e igualdad para todos. Estado de derecho es respetar la fila en Quesos Chela porque el que está enfrente tiene igual derecho que yo de recibir su empanada. Y el estado de derecho no nos lo va a dar nadie como salvador político con halo y alas. No, el estado de derecho se exige y se vive. Se le respeta haciendo fila y educando a los nuestros con el ejemplo. Y se exige en la protesta, estando pendientes de las injusticias.

Propongo que no nos pensemos más víctimas de nuestros gobiernos o del “tercer mundo”.

Guardemos la intención de acabar con el privilegio y de vivir en real estado de derecho. Creo firmemente que esta es la única manera de honrarnos a nosotros mismos, de acabar la impunidad y de lograr un país seguro.

La autora es educadora


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