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Tragedia de El Terrón

Sectas, religiones y violencia

La terrible tragedia que han padecido nuestros hermanos Gnäbe-Buglé en El Terrón es, no tengo duda, la más espantosa masacre con ribetes religiosos que haya pasado y se recordará en la historia de nuestra nación. No tenemos forma de reparar el mal acaecido, de restituir la vida y dignidad de las personas asesinadas, más allá de lo que puedan hacer nuestras autoridades policiales y judiciales.

De manera formal, los medios de comunicación, la Policía Nacional y el Sistema Penal Acusatorio han utilizado el término “secta” para referirse al grupo religioso. Según la segunda edición de la Encyclopaedia of Religion, la fuente académica de mayor reconocimiento en materia de religiones, la palabra “secta” es un término cargado de estereotipos, el cual se asocia a nuevos o impopulares movimientos religiosos. Esta palabra –de fuertes connotaciones peyorativas– tiene el inconveniente de poder endilgarse a cualquier agrupación religiosa, solamente por el hecho de ser reciente o no popular o ambas cosas.

Por lo anterior, muchos académicos prefieren hoy utilizar el término Nuevos Movimientos Religiosos (N RM, por sus siglas en inglés) para referirse a estos grupos. Sin embargo, la Encyclopaedia of Religion reconoce que “secta” (sect), así como “culto” (cult) son “ampliamente utilizados por los medios de comunicación y por ciertas agrupaciones (especialmente, aquellas denominadas ‘anti-cultos’), quienes perciben que algunos nuevos movimientos religiosos son objecionables y peligrosos” . (T. I., p. 2084).

Con base en lo anterior, ha sido apropiado usar el término “secta” más que “religión” o incluso “ideología”, para referirnos al grupo en cuestión. Esto no significa que las religiones o las ideologías – más laicas y políticas (e.g., humanismo, marxismo, liberalismo, nacionalismo)– estén exentas de violencia, actual o potencial, en sus prácticas e instituciones.

Hablar de religiones, ideologías o NRM requiere siempre y en todo momento de un franco y abierto diálogo bajo los tácitos imperativos de respeto y no violencia. Sin embargo, esto se torna complicado cuando unos apelan a “la libertad de ofender las ideas o creencias de los demás” (sean éstas religiosas o no religiosas), mientras que otros, a “la libertad de usar la violencia para defender las creencias y convicciones propias”. ¿Tenemos que optar necesariamente por una de estas dos supuestas libertades? ¿No podemos, acaso, dejar de un lado las ganas de ofender o agredir las ideas y creencias del otro (lo cual es también violencia, aunque sutil), así como nuestra susceptibilidad de ser ofendidos por lo que digan los demás? Creo que sí podemos dejarlas de lado, pero no es tan fácil.

La tragedia de El Terrón me recuerda en varios sentidos otros episodios similares y tristemente célebres: Jim Jones y el “Templo del Pueblo”; Charles Manson y “La Familia”. También, varios cultos apocalípticos que se dieron en Nigeria, Suiza y Canadá al aproximarse el segundo milenio de la “Era Común”. Sin embargo, estos aciagos eventos de las últimas décadas del siglo pasado son apenas una pequeña muestra de las numerosas tragedias por motivos religiosos que atestigua la historia mundial.

Los móviles de la masacre no deberán sorprender a nadie. Son los que usualmente se dan en las sectas. El líder o líderes asesinos dirán que Dios o voces divinas justificaban lo que hicieron. Por otro lado, aparte de la sumisión y vulnerabilidad de las víctimas o el fanatismo y “complejo mesiánico” de sus victimarios, la tragedia ha sido propiciada –como algunos ya han observado– por la precariedad y el aislamiento en que tenemos a nuestras comunidades indígenas.

A raíz de la masacre, hay quienes comienzan a plantear la necesidad de crear una especie de “ente regulador” de grupos religiosos “no oficiales”. Tengo mis reservas con relación a tal propuesta. El “ente” podría tener una visión injusta de todo grupo religioso “no oficial”, solo por ser precisamente eso, “no oficial”, por no ajustarse a las versiones religiosas “oficiales”. Quizá una comisión u observatorio independiente sobre minorías religiosas, que realice estudios (en especial, sociológicos y antropológicos) y, a partir de estos, elabore recomendaciones, sería más apropiado o pertinente.

La tragedia de El Terrón nos deja algo muy claro. Los hermanos Gnäbe-Buglé requieren urgentemente de nuestra ayuda. Tanto para sus necesidades materiales como sus inquietudes espirituales. Y que el tema de las sectas y religiones debe tomar más relevancia o tratarse con más cuidado en el debate público.

El autor es servidor público


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