La semilla de Jorge Altafulla M.

Me cuesta pensar en cómo nuestra sociedad ha cambiado lo real y lo verdadero por lo irreal. Hay personas a las que nos toca vivir una misma situación dolorosa varias veces, y a medida que estas experiencias van pasando nos preguntamos el porqué, y más allá de encontrar una respuesta lo que queremos escuchar es un consuelo a nuestra alma.

Me cuestiono con toda clase de preguntas en estos casos y las respuestas al final siempre me conducen al mismo eslabón: qué tengo que aprender de esto, qué es lo más importante aquí. He aquí la razón por la que escribí esto.

Desde niña lo vi como alguien importante, un poco distante, cariñoso y con mucho coraje. Pero lo que más admiraba y admiro hoy, era su gran visión hacia las cosas, hacia las personas, su amor por la verdad y por lo justo. La lucha por sus ideas, aunque con ello ganara mala voluntad de algunos.

Si hay algo que respeto en este mundo es a aquellas personas que siguen sus ideas, en lo que creen, que respetan lo que son y no traicionan su alma. Que aunque sientan dolor, siguen con su vida y hacen de ella algo maravilloso, dejándonos a los demás el ejemplo de valentía y amor por las cosas en que creen.

Tendría 67 años en la actualidad, y grandes méritos. Nuestra relación fue buena, pero superficial. Me entristece no haberlo conocido mejor, o al menos no haberme dado la oportunidad de conocerlo de una manera distinta. Y hoy, después de año y medio de muerto, y habiendo hurgado y conocido a la verdadera persona que vivía en él, es que necesito y quiero que las demás personas lo conozcan.

Cuenta mi abuela que para la época en que estaba embarazada de él, fue a pasar unos días a una finca en Arraiján. Un día mientras estaba recostada en una mecedora, entró una serpiente a la casa. Mi abuela leía plácidamente y no sintió la presencia del animal sino cuando la tuvo muy cerca. La serpiente frenó sus movimientos abruptamente, sus miradas se cruzaron, y el animal retrocedió y se escabulló hacia la selva. Dicen que los animales presienten todo, que pueden ver más allá de lo que ven nuestros ojos. Estoy convencida de que el animal, al ver a mi abuela embarazada y sentir la protección y fuerza divina que había en esas dos personas, solo pudo retirarse. Ya estaba escrito, mi tío sería especial, tenía una tarea que cumplir en el mundo; era su destino.

Soy de las más pequeñas de esas familias grandes, en la cual uno se pasa escuchando historia tras historia de todos los personajes que la componen. Quizá por esta razón solo recuerdo buenas cosas, mimos, cariño y consentimiento de todos, pero a la vez unas ganas enormes de saber y conocer más acerca de todo.

Supe por mi madre que él estudió desde temprana edad en el exterior. Primero en El Salvador, posteriormente regresó a su patria e ingresó al Seminario Menor San José. Luego viajó a Canadá a ampliar sus conocimientos teológicos. Después de ordenarse sacerdote fue a Bélgica y a Francia a especializarse aún más en su vida religiosa.

Su vida estuvo marcada desde el principio; su amor a Dios y la dedicación a los demás estuvieron reflejados en su vida, y todas las personas que lo conocimos sabemos que es así.

Fue un golpe duro para mi familia –y lo hubiera sido para cualquier otra familia del mundo– que de la nada y sin razón le arrebataran un ser querido.

No me explico cómo algunas personas pueden justificar a alguien que comete un crimen, privar de su derecho de vida a cualquiera, ya sea buena o mala persona; nadie tiene derecho a la vida de nadie ni a la suya propia, solo Dios tiene derecho.

A veces en mis tantos momentos de conversaciones conmigo misma me pregunto por qué a las personas les cuesta tanto ver lo que es obvio. Creo que sí se enteran, solo que prefieren ignorar las cosas y fingen que algo está mal, cuando todos deberíamos protestar y tomar las medidas respectivas, responsabilizando a los personajes de cualquier acto delictivo.

Pero la gente no se mete en eso, la gente dice: “no es mi problema”; pero les digo esto: hoy es un familiar mío, mañana puede ser uno suyo. No es solo el problema de unos cuantos, el problema es de todos; vivimos en una sociedad, y cada persona tiene una responsabilidad social en este mundo.

Sin embargo, irónicamente, a veces sí se escuchan las voces de otros, pero solo para manchar, calumniar al que no puede defenderse, es decir al que ya está muerto. Esos murmullos son solo producto de las personas que defienden lo que es indefendible, de esas que solo difamando a las demás pueden sentirse un poco mejor; esas que no tienen una razón de existir y que envidian a las personas que aman la vida y todo lo que hay en ella.

Solo pienso, cuando veo la televisión y leo los periódicos, que la vida de cada uno de nosotros es tan frágil, que puedes estar hoy y mañana no. Ciertamente lo que me desagrada de este asunto es que a veces solo es por decisión de alguien o de algunos que atentan y les arrebatan el espíritu y cuerpo a otros, solo porque el odio y la envidia no los deja ver más allá de sus narices.

Finalmente, quiero decirles que él, Jorge Altafulla, fue una gran persona, muy especial, que tocó y cambió la vida de muchos, que luchó y creyó en sus ideales y sueños hasta el final, y que la semilla está allí, que él la dejó y está muy profunda. Y que todos los que escuchamos sus palabras sabemos mantenernos unidos, con amor hacia nuestros semejantes, llenos de fortaleza hacia las pruebas. Y que hay que ser fuerte y luchar por lo que queremos y creemos, porque la semilla está sembrada allí, la semilla del Padre y nadie ni nada puede hacernos desfallecer.

Estoy segura de que muchas personas comparten mi sentir y que se hará justicia, justicia real y verdadera.

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