Jorge Eduardo Ritter
Para algunos historiadores los siglos no comienzan ni terminan como señalan los calendarios: se inician y se acaban con aquellos acontecimientos cuya trascendencia enrumba o aniquila una determinada era. Así, cuando se habla de un siglo XIX largo es porque consideran que comenzó en 1789 con la Revolución Francesa y terminó en 1914 con la Primera Guerra Mundial. Dicho de otro modo, el siglo XIX duró 125 años. Por contraste, el siglo XX fue mucho más corto, duró apenas 75 años: desde el inicio de la Primera Guerra Mundial hasta la caída del muro de Berlín. Nosotros creíamos que el siglo se había iniciado el 1 de enero del año 2000. Pero la realidad es otra: el siglo XXI se inició el 11 de setiembre del año 2001 con la destrucción del World Trade Center de Nueva York.
Los que estrellaron aviones comerciales contra las torres gemelas y contra el Pentágono eran conscientes de la atrocidad que perpetraban, pero dificulto que hubieran imaginado las consecuencias de su perversidad. Y ese es quizás el único rasgo que tienen en común con aquellos que con sus actos hicieron estallar los siglos anteriores.
En esa fortaleza formidable que era La Bastilla --ocho torres redondas unidas por paredes de más de veinte metros- había, el 14 de julio de 1789, escasamente siete prisioneros, incluido un irlandés demente que, como algunos políticos de ahora, a ratos creía que era Dios, a ratos Julio César. Constituía, sí, un símbolo del régimen absolutista, pues allí confinaban a los que se les expedían las lettres de cachet, es decir, a los que estaban allí por capricho del Rey, y no por haber sido condenados en un proceso judicial. Los que la asaltaron ignoraban cuántos presos liberaban: atacaron un símbolo. Y, sin proponérselo, desencadenaron una Revolución que cambió el mundo occidental para siempre.
Gavrilo Princip era un nacionalista serbio, entrenado en terrorismo por una agrupación tenebrosa llamada Mano Negra. Aspiraba a acabar con el dominio austrohúngaro sobre los Balcanes y decidió que lo primero que debía hacer era asesinar a un miembro de la familia imperial -los Habsburgos- o por lo menos a un alto funcionario. En la primera oportunidad que se le presentó -28 de junio de 1914- Princip acribilló a balazos a los símbolos más conspicuos del imperio, al príncipe heredero Francisco Fernando y a su esposa Sofía: un mes después se inició la Primera Guerra Mundial y el siglo XX.
El 1 de enero del año 2000 hubo celebraciones en todo el mundo: comenzaban oficialmente el siglo y el milenio. Pero en realidad para la inmensa mayoría de las naciones poco cambió cuando el reloj marcó el final del siglo XX. (Panamá, por supuesto, fue la excepción: nuestro siglo XX había comenzado el 3 de noviembre de 1903 y terminó al mediodía del 31 de diciembre de 1999. Fue un siglo histórico marcado por la presencia militar de Estados Unidos que terminó casi al tiempo con el final de siglo que indicaba el calendario).
No abrigo pretensiones de historiador, ni gusto mucho de la prestidigitación, pero sospecho que dentro de algunos años se habrá de señalar el 11 de setiembre del 2001 como el verdadero inicio del siglo XXI. Todavía no se sabe -ni siquiera lo podemos imaginar- lo que van a desatar los actos de terrorismo de que fueron objeto los símbolos del poder económico y militar de Estados Unidos. Pero sabemos que después de esa mañana aciaga nada va a ser igual.
Los líderes del mundo han organizado apresuradamente un desfile diplomático por Washington para pedir moderación, prudencia, mesura. Saben la gravedad de lo ocurrido y temen que una retorsión militar arrasadora y despiadada por parte de Estados Unidos pueda exacerbar el fanatismo religioso en todo el mundo. Quieren contribuir así a dirigir los acontecimientos -no ser mudos testigos de ellos- de manera que la alegría y el optimismo con que se inició el siglo calendario no se transformen en tragedia, inseguridad y devastación ahora que acaba de comenzar el verdadero siglo XXI.
