Las efemérides son como hitos en el tiempo, fechas anuales que al rebasarlas capturan nuestra imaginación una y otra vez a lo largo de nuestra vida sobre actos heroicos del pasado. Cuando una fecha tan significativa es de reciente data, tanto que aún es vivida por la generación que compartimos, resulta importante que aprovechemos aquella mirada al pasado no tan lejano, colocada en la justa perspectiva que merece para poder aprender de aquel momento y corregir los giros negativos que podemos adoptar hoy.
En el año 1969, un senador norteamericano, Gaylord Nelson, anunció en Washington que habría un movimiento de grupos de base sin precedente, cosa que se materializó el 22 de abril de 1970, cuando 20 millones de personas protagonizaron manifestaciones pacíficas en distintos puntos de Estados Unidos de América. Para 1990, la celebración se había extendido a 141 países, con 200 millones de manifestantes, quienes a pesar de lo variado de sus preocupaciones, a lo largo de los años piden una solución en común: El respeto por la vida del planeta Tierra.
Este es el mismo planeta que ha servido a dos necesidades básicas de los seres humanos durante el continuo proceso de civilización que le caracteriza: Como alacena de recursos naturales de toda índole y como depósito de residuos sólidos, líquidos y gaseosos. Los primeros no se regeneran tan rápido como se extraen y los segundos se depositan sin observancia de la capacidad de los diferentes ecosistemas para degradarlos.
Esto en el siglo 21, ante la concatenación de los problemas ambientales, el desconocimiento de ellos y de sus posibles soluciones, la adherencia del consumo masivo como estándar de bienestar y la naturaleza crítica de todos ellos son el caldo de cultivo de la crisis ambiental global, de la cual no existe latitud que ofrezca escape.
La sociedad ha tenido que equilibrar las necesidades que continúa teniendo la raza humana y el planeta a través de normas jurídicas e instituciones, pero la mayoría de ellas parten de la cadena de eventos que surgieron de la década precedida por aquel primer Día de la Tierra, por lo que aún resta deshacer las muy arraigadas costumbres por parte de todos los sectores a despilfarrar los recursos naturales y a contaminar el ambiente que según los estudios de los historiadores ambientales, no surge mágicamente con la Revolución Industrial, sino que es inherente a la naturaleza humana desde su aparición.
Entonces resulta difícil que cada persona ya sea individual, o como parte de una empresa o grupo de base, se auto relacione al problema ambiental. La crisis ambiental global es producida por las acciones y omisiones de todos los seres humanos, no solo por aquellos no están sensibilizados.
El asunto recrudece, pues las causas ambientales cada vez más seguido se mezclan con epítetos y prejuicios sociales que no son dignos de aspiraciones tan nobles como es el derecho a un ambiente sano. Hoy se escuchan reivindicaciones ambientales que dependen por entero de etiquetas como "extranjero", "tiene intereses oscuros", "ustedes no son de aquí", "corrupto", "ladrón". El sector privado responde con "cuál es su trasfondo", "lo que quieren es plata", "eso no es responsabilidad mía, sino del Estado" y el gubernamental con un coctel, mezcla de ambas posiciones.
Estas etiquetas amenazan con reemplazar al trabajo técnico y científico que debe acompañar a las diferentes reivindicaciones ambientales y generan violencia e injusticia, pues no todos los empresarios son contaminadores, ni todos los servidores públicos son ineficaces, ni todo grupo de base tiene en todo momento la verdad absoluta.
La misma agenda 21, así como la Declaración de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992, expresan que la gestión ambiental es responsabilidad de todos los actores sociales, no solo de los gobiernos, ecologistas y empresarios. Esto consiste en un proceso que puede dividirse en varias etapas, pero siempre debe procurar la armonía. Un principio idéntico al de la citada declaración, se reproduce en la Constitución Política de la República de Panamá.
Todos somos parte de las posibilidades de vencer esta crisis, pero esto empieza con vincularnos a su causa y asumir nuestra cuota de responsabilidad, común, pero diferenciada, en aquella. Los seres humanos en todas las sociedades necesitan y consumen recursos naturales en proporción a su tamaño y complejidad socioeconómica.
Si partimos de ahí, la lucha por un ambiente sano será más fácil, pues como dice la misma Declaración de Río de 1992, la paz es un requisito indispensable para el desarrollo sostenible. La lucha ambiental no debe sucumbir a la espiral de violencia y de prejuicios sociales que amenaza con engullir a Panamá, este día debe servirnos para recordar ello.
El autor es abogado ambientalista, director de Asesoría Legal de la Anam
