Dos años sin ir a clase. Dos años confinados. Dos años en los que pudimos reflexionar para ser más eficientes, más intencionales en la transformación de nuestra sociedad. En definitiva, dos años son tiempo suficiente para plantear un regreso a clases con todo lo necesario para que los estudiantes recuperen cuanto antes el tiempo perdido, menos en Panamá, donde ya hace mucho tiempo que las cosas que de verdad importan han perdido todo su valor.
Los gestos son fundamentales: dicen más de lo que hay en el pensamiento y el ánimo de las personas que las palabras, como el gesto del Instituto Fermín Naudeau, que después de tanto tiempo, no fueron capaces de reparar en el hecho de que faltan sillas. Dos años, remodelaciones, elaboración de programas académicos y se olvidan que la Educación se sienta en sillas, porque sin alumnos no hay nada que enseñar.
Aprendamos, en este año de la pedagogía, que en democracia los gestos retratan mejor el pensamiento que los discursos. Que nadie haya sido capaz de darse cuenta a tiempo de semejante falta de material, da buena cuenta de la desidia y la falta de compromiso con la Educación, y dibuja un panorama desolador. Panamá es de los últimos países del mundo en volver a la presencialidad de las clases por un miedo ignorante a contagios masivos, como si el resto de la humanidad fuese de otro material. Somos los que más caro pagaremos el impacto de la pandemia en educación.
Los muchachos no saben escribir (porque no leen o leen malos autores en las escuelas), dicen los resultados de una prueba de educación. Bibliotecas, sillas, escuelas, ¿se dan cuenta de que no estamos atendiendo a lo importante, a lo que afecta nuestro futuro? Estamos cultivando ignorancia y desapego democrático con gestos como este de las sillas del MEDUCA y el Fermín Naudeau. Cuando llegue la cosecha de corruptos no tendremos derecho a quejarnos, cosecharemos lo que sembramos: es ley de vida.
El autor es escritor


