Esta semana, dos de los programas insignia del Gobierno Nacional fueron duramente criticados: El programa de vacunación y el programa Panamá Solidario. Ambos están siendo investigados por el Ministerio Público y ambos a raíz de denuncias hechas por periodistas en el ejercicio de su profesión. La función del periodismo siempre ha sido la de ser un obstáculo para las ansias de quienes utilizan su poder para beneficiarse personalmente, ya sea en el ámbito público o en el privado. Esta función cobra mucha más relevancia en momentos en que los organismos de control, aquellos diseñados especialmente para frenar esas ansias, fallan tan estrepitosamente. La esperanza de los ciudadanos se vuelca entonces al periodismo libre y valiente, y es ese mismo periodismo el que está siendo hoy atacado constantemente por quienes lo ven como un freno a su codicia y avaricia.
La función del periodismo nunca es agradar, y difícilmente es acomodarse al poder -aunque hay algunos que vivan de eso-, y por eso la libertad de prensa es tan frágil. Basta solamente el acoso judicial o la amenaza de remoción de frecuencias o el secuestro aduanero de insumos, para violar el derecho de los ciudadanos de estar informados.
Este mismo diario, que nació no con la promesa de ser imparcial ni de ser objetivo, sino de servir como un faro de libertad en momentos tan oscuros, fue censurado, atacado por grupos paramilitares afines a la dictadura y sus directivos hostigados hasta el exilio. Dudo que queramos regresar a eso, sin embargo, a manera de alarma, puedo decir que no estamos tan lejos, y el último empujón lo puede dar la indiferencia ciudadana.
No seamos indiferentes a las amenazas que sufren quienes valientemente alzan su voz para informar, alertar e incidir en los ciudadanos; no seamos indiferentes ante el acoso judicial constante al que son sometidos periodistas y líderes de opinión; no seamos indiferentes ante los ataques cibernéticos que recibimos quienes nos atrevemos, precisamente, por los que no pueden atreverse. Pero, sobre todo, no seamos indiferentes al hecho de que los periodistas somos, antes que cualquier cosa, ciudadanos a los que nos duele la patria al igual que al resto. Sin libertad de expresión, no hay democracia.
El autor es director ejecutivo de Movin

