DECADENCIA SOCIAL

El síndrome de la estulticia

La cultura popular se expresa en el comportamiento rutinario de la mayoría de la sociedad. Es así que cada pueblo tiene el tenor social que lo caracteriza y lo identifica. Referido este concepto a nuestra sociedad panameña y en el tiempo que vivimos, la característica que califica nuestra conducta como grupo se puede identificar y definir como estulta.

Erasmo de Rotterdam en Elogio a la Locura la define como la hija del dios Pluto y la ninfa Neotete, amamantada por las ninfas hijas de Baco y Pan, que significa un estado individual o social en el que predomina una mezcla de excesos marcados por la banalidad, embriaguez e ignorancia, muy propia de los jóvenes.

Nuestra sociedad está conformada por un 60% de ciudadanos de 30 años o menos, según el censo de 2000. Este grupo marca la característica que rubrica nuestra cultura popular, ya que su participación en las actividades sociales es predominante. Es de esperarse que en las sociedades bien estructuradas el comportamiento de los adultos genere el contrapeso necesario para que la existencia placentera de los jóvenes no trastoque la cordura social. En esta línea de pensamiento, cada pueblo tiene el gobierno que se merece o el que se le parece.

Sumado esto al contexto que enmarca el artículo, es axiomático que el Gobierno debe ser el reflejo de la cultura popular al ser elegido democráticamente por la mayoría, y su funcionamiento está dirigido a complacer a los votantes que lo escogieron. Solo así es posible justificar la trágica situación social que vivimos, donde predominan los excesos propios de la estulticia.

Las evidencias están a la orden del día; desde las que se expresan en eventos de importancia para la salud económica y la tranquilidad social del país donde se juega con la gobernabilidad y el futuro democrático, hasta en los eventos rutinarios que se manifiestan en la vida cotidiana de la población que sufre y llora sus consecuencias. Como ejemplo, voy a referirme solo a los eventos rutinarios. El ruido es, para todos los efectos, la expresión más clásica del embrutecimiento social, seguido por la burda utilización del entorno urbano para la publicidad exterior, especialmente la de los políticos a puestos de elección, que han convertido la ciudad en un verdadero basurero visual.

El anárquico comportamiento de los taxistas con su “no voy pa’ lla”, cuando le niegan a los usuarios el servicio para el que han sido asignados y, peor aún, el de los diablos rojos que como premio por su mal servicio y desprecio por la vida de los pasajeros han sido indemnizados. El incomprensible suicidio social de los que por vacilón llaman miles de veces al día al 911 poniendo en riesgo la vida de los que legítimamente necesitan con urgencia la asistencia de esta costosa línea de emergencias; igualmente, los irresponsables familiares de los policías que usan la línea caliente del 104 para localizar a sus parientes en servicio. Los “trancacalles”, profesionales de la inconformidad y el reclamo, que afectan sin cargo de conciencia a la mayoría de los ciudadanos que convive en la ciudad.

La masoquista costumbre de botar la basura en cualquier lado, afectando las alcantarillas y los cursos de agua que terminan inundándolos a ellos mismos. Peatones que cruzan la calle debajo de los puentes que han sido asignados para este fin, convirtiéndose en víctimas fáciles de los conductores que los atropellan y huyen. Los colonizadores de aceras que las ocupan con equipamiento privado para beneficio propio en detrimento de los peatones que son obligados a tirarse a la calle. Las huelgas de educadores que para conseguir prebendas personales perjudican la educación de sus alumnos, al igual que los trabajadores de los hospitales que para negociar intereses de grupo afectan la salud del pueblo, obligando a los pacientes a perder miles de citas médicas que posiblemente le serán inútiles a los enfermos cuando se les reasignen.

Los derechos humanos de los niños que les otorgan impunidad legal para convertirse en los sicarios del crimen organizado. La rigidez legal que se aplica a los ciudadanos que quieren portar armas para defenderse de los maleantes, obligándolos a hacer exámenes psicológicos como si fueran ellos los enfermos mentales. El absurdo calvario de los trámites burocráticos creados para sostener a miles de funcionarios inútiles por clientelismo político, que no hacen otra cosa que motivar la corrupción. La agresividad de los conductores que como máxima expresión de su mezquindad y falta de cortesía optan por trancar los cruces si no pasan primero. Y para cerrar este círculo de locuras, los carnavales, una fiesta popular que se espera ansiosamente todo el año para poder expresar a cuerpo entero la grosería, vulgaridad, el ruido estridente, la fealdad y la estupidez colectiva.

La sociedad panameña de hoy día, que es el producto de la transformación que sufrió durante los 21 años de la dictadura castrense y la campaña de desobediencia civil que utilizó la civilista para luchar contra los dictadores, tiene la columna vertebral de la comunidad fracturada, incumple las normas básicas de convivencia y pone en grave peligro el pacto social. Estamos empantanados en un proceso de decadencia moral y pérdida de valores cívicos, donde reina la mediocridad, el juega vivo y la conformidad propia de la indiferencia. Nada más cercano a la trágica ridiculez que se vive en la estulticia.


LAS MÁS LEÍDAS

  • Ministerio Público investiga presunta corrupción en el otorgamiento de trabajo comunitario a La Parce. Leer más
  • Días feriados y fiestas nacionales en Panamá 2026: Calendario detallado. Leer más
  • Detienen a sujetos vinculados al Tren de Aragua y desactivan minas. Leer más
  • Cuarto Puente sobre el Canal de Panamá: así será el Intercambiador del Este en Albrook. Leer más
  • Gobierno contrata a multinacional estadounidense para diseñar el quinto puente sobre el Canal. Leer más
  • Denuncia ante el Ministerio Público frena contrato millonario de piscinas que firmó la Alcaldía de Panamá. Leer más
  • Grupo Cibest acuerda vender Banistmo en Panamá a Inversiones Cuscatlán. Leer más