Panamá tendrá que tomar la decisión política de integrarse a algún bloque regional. Esa integración supone más que acuerdos comerciales, la conformación de una estrategia de desarrollo regional.
Razón tenía quien dijo que la globalización es como un tren que avanza a toda velocidad. Los países pueden subirse o dejar que les pase por encima. Y los que suben inevitablemente ocuparán los peores lugares.
Panamá, puente del mundo y corazón del universo. El eslogan turístico que se repetía una y otra vez terminó por instalarse en la mentalidad de los panameños, hasta el punto que por muchos años creímos que una posición geográfica privilegiada, la dolarización de nuestra economía y un sólido centro financiero garantizarían nuestra eterna prosperidad y que por lo tanto no era necesario participar en los procesos de integración.
Mientras en Centroamérica se formaba un mercado común, en Suramérica se construía el MERCOSUR y el Pacto Andino, y en el Caribe se delineaba el CARICOM, Panamá daba la espalda, convencido de que era puente del mundo y corazón del universo.
Aunque somos geográficamente centroamericanos; históricamente suramericanos; culturalmente caribeños, y supuestamente tenemos una estructura económica de país desarrollado, en materia de integración económica estamos solos.
Esta soledad nos está excluyendo del mapa del comercio internacional. El ejemplo más evidente fue que quedamos fuera de la negociación para un TLC con Estados Unidos y Centroamérica, precisamente porque no formamos parte del llamado bloque centroamericano, que tiene un mercado común y una unión aduanera.
A excepción de Cuba, Panamá es el único país de la región que no tiene ningún Tratado de Libre Comercio (TLC) en ejecución y todavía estamos a la espera que la Asamblea Legislativa ratifique el TLC con El Salvador.
Actualmente se adelantan negociaciones de listas de acceso específicas con Nicaragua, Costa Rica, Guatemala y Honduras. También se mantienen negociaciones abiertas para un TLC con México y Taiwan, aparte de los foros multilaterales como el ALCA y la OMC.
Esta es nuestra realidad comercial, cuando un 80% del comercio hemisférico se da bajo el marco de algún tratado de libre comercio y cuando se espera que los procesos de liberalización comercial en América Latina y el Caribe eliminen los aranceles para casi todos los productos en el año 2006.
En este escenario es oportuno preguntarse ¿es el comercio exterior una prioridad en la agenda de Estado?
Tenemos cerca de 19 negociadores comerciales, con limitados recursos, que hacen magia para cubrir todos los frentes de negociación bilaterales y al mismo tiempo negociar en el ALCA y la OMC. Ni siquiera tenemos un Ministerio de Comercio Exterior que pueda hacer oír su voz en el Consejo de Gabinete.
Aun así, nuestros gobernantes aseguran que las exportaciones y la inversión son el combustible que necesita nuestra alicaída economía para arrancar. ¿Cómo exportar si no hay mercados? ¿Es atractivo para la inversión extranjera un país con solo 2.8 millones de habitantes, en comparación con mercados de más de 100 millones de habitantes?
Un país pequeño como Panamá no puede darse el lujo de jugar por la libre o participar de forma autónoma en los procesos de negociación como el ALCA y la OMC, porque en estos foros lo único que puede fortalecer las posiciones de los países pequeños es su asociación a bloques comerciales.
Más temprano que tarde, Panamá tendrá que tomar la decisión política crucial de integrarse a algún bloque regional.
Esta integración trasciende lo meramente comercial. Se trata de un proceso político, económico y social, que nos colocaría en el mapa mundial y llevaría a nuestro sector productivo a ser cada vez más competitivo.
El precio de ser una isla en medio de un mundo integrado se hará cada vez más alto y, como es usual, la factura la pagaremos cada uno de los panameños.