CONOCIMIENTO

Para superar los miedos

Poco tiempo después de escribir El origen del sufrimiento: cómo trascender el dolor para vivir en plenitud y no fracasar en el intento, pedí a mis menores hijos que hicieran cada uno un dibujo que ilustrara el tema del libro a fin de colocar los dibujos en la portada y contraportada.

Entre 2003 y 2005, los niños emprendieron la labor y dibujaron lo que consideraban representaba lo encomendado. Al analizar las ilustraciones, recordé que los niños se comunican a través de dibujos y garabatos. Por ello pregunté a Pablo, mi hijo mayor, si sentía miedo al estar solo en las noches. Lo negó. Una noche me di cuenta de que su dibujo era su vivencia emocional, hoy superada.

Si hacemos honesta introspección y tenemos autoconocimiento, descubriremos que muchos arrastramos miedos: miedo al fracaso, al rechazo, a la soledad, a la vejez, a la muerte, a la vida, a lo desconocido, a la libertad, a que nuestro centro de seguridad intelectual se resquebraje (de ahí creencias irracionales, emociones y criterios cargados), miedo al miedo… Quien diga que no tiene miedos, o que no ha sentido miedo alguna vez, miente o no se conoce.

Investigadores de la Universidad estadounidense de Iowa identificaron la parte del cerebro que produce el miedo. Los descubrimientos sugieren que el miedo depende de una región denominada “amígdala”, parecida a una almendra, y que el cerebro está organizado de tal manera que un área específica procesa el miedo y otras emociones.

¿Qué es miedo? El término llega del latín metus y del griego fóbos. De fóbos recibimos la palabra “fobia”. Miedo es una “emoción desagradable, que puede asumir grandísima violencia, provocada por una situación de peligro, que puede ser actual o anticipada, e incluso fantástica”, escribe Alberto L. Merani en Diccionario de Sicología.

Es aliado cuando el miedo advierte peligros reales. Si no sintiéramos miedo, nos meteríamos en problemas. Por ello los padres no deben descuidar a los pequeños ni un segundo, pues en esa etapa aún no han desarrollado un sano sentido del miedo a auténticos peligros. Los papás pueden transferir temores a los niños al infundirles miedo por situaciones que los miedos parentales distorsionan. En lugar de decirle al niño “¡Cuidado, te puedes caer!”, y retirarle del peligro. Gritan: ¡Cuidado que te vas a caer!”, y le regañan. Dan por hecho que el crío caerá, y de paso le culpan por descuidos adultos. Los gritos por la posible caída o daño infantil originan miedos en lugar de alejarlos. Y la culpabilidad achacada, culpa tóxica o inauténtica. No pocas veces los padres trasladan sus miedos a los hijos o refuerzan los que estos ya tienen. En demasiadas ocasiones son miedos irracionales o infundados.

El problema de los miedos estriba en la reacción ante un objeto o situación irreal. Así, el miedo es inauténtico. Inauténtico o falso porque no hay lógica ni razón para el miedo. Hay emociones auténticas e inauténticas. Las primeras tienen fundamentos reales. Las otras, irreales.

Cuando el miedo no tiene un carácter real u objeto que lo provoque, es neurótico o producto de algún trastorno emocional. (Neurosis tenemos todos. Por ello es impropio pensar que solo los “locos” van al sicólogo o al siquiatra). Emociones neuróticas, distorsionadas, exageradas o pervertidas podrían ser la angustia, pánico, fobia. La represión del elemento negativo del miedo provoca lo neurótico. La negación e intentar suprimir el miedo no ayudan a vencer el miedo; lo exacerban o robustecen. En el intento por sobreponernos al miedo, una parte de nosotros se yergue por encima de la otra, quebrando la unidad del ser. En realidad, nuestra lucha es contra nosotros mismos, y somos derrotados. La derrota pareciera el sometimiento a un sino (carácter, personalidad) inadmisible, mas la aceptación posibilita el cambio. Irónicamente, nos liberamos de neurosis por medio de la aceptación de la derrota. Pero eso no significa rendición para dañarnos por medio de conductas autodestructivas, sino para librarnos de lo que limita nuestro desarrollo como seres humanos dignos y responsables.

En términos humanos, en general, la humanidad tiene conflictos emocionales, no mentales. Se calcula que un 10% de la familia humana es sana. A la verdad, considero que eso de “sana” es cuento porque, insisto, la mayor parte de los humanos no vive en una institución siquiátrica, pero arrastra neurosis nacidas en el seno del hogar o fuera de él. Todos tenemos una “pata” coja.

El atribulado Nietzsche creía que el humano es un “animal enfermo de sentido”. Suprimiendo lo animalesco, el humano precisa saber por qué vive. Sin eso aparecen conflictos existenciales, conductas autodestructivas y suicidios conscientes o inconscientes. El grueso de la población mundial no vive frustrado sexualmente, pero sí existencialmente. Precisamos saber por qué y para qué vivimos. Y el peor sufrimiento que un humano pueda padecer es no saber porqué vive. “Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”, expresaba Nietzsche. El riesgo es que si pierde “el porqué”, deseará morirse. El enfermo que pierde el sentido para vivir muere o pide eutanasia. De ahí la vital importancia de tener “el porqué” en el lugar correcto.

Para superar el miedo, primero, toca identificarlo. Segundo, aceptar que siento miedo. La negación complica la feliz resolución del problema. Admitir tener miedo y darme el permiso de sentirlo no es malo. Rechazarlo y arrojarlo al inconsciente lo es y no resuelve nada, porque estanca o posterga la victoria sobre el miedo. Reitero, pelear con el miedo es enlistarse en una segura derrota. Tercero, buscar el origen del miedo. Si no lo encontramos, no importa, porque lo primordial es saber que tenemos miedo y trabajarlo. Si no podemos solos, es señal de buscar ayuda profesional, puesto que pretender escapar del miedo nos hace más neuróticos y complica las cosas. Por desgracia, algunos de nuestros semejantes precisan medicamento para ser funcionales. Casi nunca lo dicen por vergüenza tóxica o por evitar burlas de gente inhumana.


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