[SECUESTROS]

El tiburón y el pequeño pez

En la billetera de su padre, en el bolso de su madre, en la mente de sus hermanos, en la mesa de noche de una novia y en el corazón de muchísimos amigos, compañeros de escuela y de diversiones está retratado, con dolor y pena, el rostro de un muchacho de cara aún infantil, grandes ojos tristes y amplia sonrisa. Pocos saben que cuando tenía 11 años, él escribió un cuento con la ternura e ingenuidad que sólo un niño puede concebir. Trataba sobre un pequeño pez que se encontró en el mar con un tiburón a quien invitó a jugar hasta que el sol cayó. Narra el cuento que, cuando ambos describieron su experiencia a sus respectivas madres, estas les transmitieron sus criterios.

La madre del tiburón dijo: “No juegues más con él, los pequeños peces son para que nos los comamos”. Por su parte, la madre del pequeño pez, horrorizada, relató las historias de familiares devorados por otros tiburones. Desde entonces, basados en lo inculcado por sus madres, ambos evitaron verse. Mas al cabo de un año, se produjo el inevitable encuentro. El tiburón dijo entonces al pequeño pez: “Tú eres mi enemigo, pero podemos hacer la paz”. Los peces siguieron jugando secretamente hasta que decidieron ir a contárselo a sus madres. Desde entonces el tiburón y el pequeño pez vivieron en paz.

Aunque es un cuento infantil, no deja de ser un sueño maravilloso el que pudiera hacerse realidad en tantos conflictos que hay entre enemigos por definición y hábito. Hoy el autor de esta tierna historia vive en cautiverio. La prensa informa constantemente de casos similares en todo el orbe, desde las selvas latinoamericanas hasta el Golfo Pérsico, con variantes y paisajes que compiten en su crueldad y vileza. Nada que ver con la historia del tiburón y el pequeño pez. A los dos años de su secuestro, al joven le permitieron escribir una carta a sus padres donde contaba cuánto les extrañaba y sufría física, mental y emocionalmente; les pedía que continuaran haciendo todo lo posible para volver a la libertad y poder abrazarles. Sólo sus verdugos saben a qué suplicios le han sometido. Las experiencias vividas por otros secuestrados en circunstancias parecidas hacen presumir lo peor. Este muchacho, antes de ser capturado, se distinguía por su entendimiento, sensibilidad y un carácter capaz de hacerle realizar labores físicas superiores a sus limitaciones. Ojalá aún sea así. Quienes le quieren no lo ven desde junio de 2006, cuando tenía 19 años y hacía posta en la frontera.

Allí fue secuestrado por los terroristas de Hamas, que le mantienen, como él mismo describiera en una de las pocas comunicaciones que sus verdugos le han permitido: “En una inhumana e intolerable pesadilla”. Lamentablemente, el papel de la Cruz Roja y de Amnistía Internacional ha sido nulo, pues aunque Hamas no les dado acceso, tampoco dichas organizaciones han puesto el máximo ahínco para conseguirlo.

El Gobierno de Israel ha realizado esfuerzos importantes para lograr su liberación, incluso el cambio de prisioneros palestinos condenados bajo las leyes de un Estado democrático, con todas las garantías procesales y la transparencia que ello requiere. Nada ha sido suficiente para sus captores y este joven continúa martirizado. Su nombre es Gilad Shalit y ya es hora que vuelva a casa. Que Dios así lo quiera.


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