La declaración del arzobispo Ulloa -la iglesia de Santa Ana observó aforo en el funeral-, pareció santificar el veredicto presidencial de inocencia en el caso Eyra Ruiz. El debate nunca giró hacia unos mecanismos culturales implacables que desconocen aquel sentido feminista del compañerismo, mismo que a nuestro individualismo competitivo cuesta entender.
Resultó decepcionante la solicitud de impunidad feminista del avezado político y asesor Sánchez Cárdenas, rodeando la figura de un halo romántico de súper profesional, insinuando la sempiterna conspiración opositora.
El liderazgo arnulfista de Mireya, ni las PRD’s Balbina, Turner, Eyra, no surge de una evolución de la cuestión feminista en los partidos. Marcan apenas como engañosos guiños excepcionales que disimulan la crisis de representación proporcional en una política altamente masculinizada.
Quienes exigían la destitución ejemplarizante de la ministra consejera tampoco visibilizan una cultura machista. Esta sale incólume del affaire, con su violencia verbal, preeminencia del ataque personal antes que el debate de ideas. Sus formas excluyentes de hacer política siguen colisionando valores de solidaridad donde “compañera” significa algo mucho más profundo que amiga.
Aproximar a las “Eyra” significa visibilizar la histórica exclusión de ámbitos reales del poder, de mujeres solo buenas para doblar folletos, repartir emparedados, pegar afiches e ir puerta en puerta pidiendo el voto. Compartir opresiones les cohesiona una fuerte conciencia de clase.
De eso que llaman sensibilidad emergen culpas por enfrentar camaradas que sueñan ser electos. Tampoco existe curso que enseñe a manejar el duelo por las derrotas. Menos, controlar una feminidad que impulsa temeridades de salir a despedir a quien consideró, más que amiga, compañera. ¿Resultan menos amigos los diputados Héctor Brands y Crispiano Adames, quienes no arriesgan presencia?
El día que un ministro pida pausa porque toca buscar niños a la escuela, habremos dado un paso hacia una política más próxima a los ciudadanos.
Los protagonistas del caso prefieren desviarlo antes que revolver desigualdades expuestas en una coyuntura donde todas son Eyra.
El autor es investigador y formador político
