El pragmatismo nació como filosofía independiente en Estados Unidos a finales del siglo XIX. Tuvo como padres a Charles Sanders Peirce, científico, filósofo y humanista, una de las figuras más relevantes del pensamiento norteamericano; y a William James, filósofo y psicólogo americano. Los detalles que se manejan en esta nueva proyección del pensamiento y sus efectos son profundos, pero, llevándolos a un lenguaje sencillo y sucinto podemos decir que esta corriente tiene como fin que nosotros valoremos los métodos según los logros que obtenemos con ellos. En otras palabras, un método es válido y funcional cuando, a través de su uso, conseguimos lo que queremos.
La palabra pragmatismo viene del vocablo griego pragma que significa acción. El pragmatismo se basa en el concepto utilidad, impulsa el uso de la inteligencia, nos lleva a ser prácticos, desapegados, a evaluar las viejas costumbres, verificar lo que aún funciona o lo que ya debe iniciar un proceso de evolución. Todo ello sin entrar en conflicto con valores éticos y morales.
Los pragmáticos sostienen que aquello que debe ser considerado como una verdad, lo es, porque contribuye al mayor bienestar del ser humano en el largo plazo. Bien, teniendo esto en mente, hagamos un alto y démosle un vistazo a nuestro mundo. Sin lugar a dudas los sistemas utilizados hasta ahora podríamos decir que han colapsado o necesitan, urgentemente, una reinvención o renovación.
Pareciera que el mundo de las ideologías ha quedado atrás. Lo que antes era efectivo bajo visiones de izquierda, centro, derecha, etc., ya no aplica. Cada día la humanidad nos muestra uno o varios problemas nuevos, adicionándolos a los ya existentes. Estamos desbordados. El tratar de silenciarlos, minimizarlos, postergarlos, enmascararlos ya no funciona.
Este inicio del siglo XXI, definitivamente, pasará a la historia como el tiempo en que las estructuras de la humanidad se estremecieron. Los sistemas educativos, de salud, económicos, seguridad están al borde del descontrol; se ha incrementado la violencia, la crisis alimentaria, los genocidios, los serios problemas climatológicos, de población, políticos ... para qué seguir enumerándolos, son muchos y en todas las regiones. Nunca habíamos tenido un mundo tan heterogéneo y reclamando con tanta fuerza.
¿Es posible pensar que los métodos están funcionando? Parece que ya no. La sociedad se ha vuelto exigente, quiere respuestas rápidas y efectivas a los problemas; no entiende el porqué se dilatan las soluciones, aunque los problemas sean complejos. La humanidad está despertando a sus derechos. Dura tarea para los gobiernos que no se han preparado y aún no han dado el “salto cuántico” que demandan estas exigencias.
Panamá no escapa a ello, está en el mismo barco. Tenemos problemas serios. ¿Ejemplos?, sistema de transporte, educación, salud, etc, etc. Ante esto no se me ocurre mejor momento que el actual para cederle el control a aquel método que utilice la inteligencia, el sentido común, lo práctico, lo funcional para que atienda estas exigencias y todas las demás. Debemos ser serios, responsables, tanto en lo pequeño (familia, individuo), como en lo grande (gobierno, autoridades). En lo que nos afecta como país, a partir del 1 de julio se suma un nuevo elemento; vamos a cambiar de dirección o más bien, de dirigentes, en medio de una tormenta.
Ellos se encontrarán con todos estos viejos problemas y vendrán nuevos. Me imagino que no tendrán muchas alternativas y se verán casi obligados a adoptar nuevas políticas, nuevos esquemas de trabajo, tendrán que ser capaces de innovar en casi todas las áreas. Requerirán una gran dosis de inteligencia y creatividad porque, como mencioné, la vieja forma de hacer y ver las cosas, prácticamente, colapsó. Definitivamente, ha llegado el momento de la “renovación de nuestras mentes”. El detalle es que este nuevo gobierno prometió resolver casi todos o todos los problemas que afectan a nuestra sociedad en su conjunto. Las expectativas son altísimas y tendrán que satisfacerlas, si no quieren ser juzgados por la historia como incapaces y mentirosos. ¡Vaya reto!
Pero, también, cada uno de nosotros puede contribuir con el mejoramiento que tanto anhelamos. Podemos hacer un alto, con la mayor objetividad y sinceridad, y evaluar si nuestra “filosofía de vida” nos funciona. Si lo que estamos haciendo aporta a nuestra vida de forma benéfica, positiva, contribuyendo a nuestros logros.
Si nuestra conclusión es un rotundo “no” entonces, de manera valiente y decidida, generar los cambios que sean necesarios para nuestro bien, cambiar la ruta, empezar a hacer las cosas de manera diferente, abrir nuestras mentes, ver en qué nos podemos estar comportando de forma caprichosa, terca o si en realidad enmascaramos un miedo a lo desconocido. Nada, absolutamente nada, nos impide ser inteligentes y sabios con nosotros mismos. La transformación nos conviene, pues un toque de pragmatismo no hace daño.
