Poner cierta distancia entre uno y las cosas es siempre sano y esclarecedor. En estos días, desde mi exilio cercano y lejano, creo que he comenzado a entender mejor la raíz de ciertos fenómenos que me ha tocado ver en Panamá y que han ido desfigurando el sentido de lo que somos (o de lo que fuimos) como pueblo. Cosas que he visto, inclusive, en personas que un día fueron mis amigos y que hoy, son sujetos irreconocibles y ensoberbecidos, consumidos por su adicción a su pequeña cuota de poder, a su nueva visibilidad "social" y, sobre todo, al dinero. Grotescas caricaturas de las personas que un día fueron.
¿Qué hace que gente que un día respetamos y que, supuestamente sostuvo valores y principios, hoy día se desvivan por negar eso con sus hechos y marchen absortos en ese afán por acceder a puestecitos, a proyectar una imagen hacia los demás y a mancharse las manos con las mieles sucias de cuanta "rebusca" se les ponga enfrente?
Ya lo decía Platón: "Si quieres conocer a alguien, dale poder". O Albert Einstein, que decía claramente que: "…No hay peor veneno que el poder…". En manos de resentidos y arribistas, acceder al poder (por muy pequeño que este sea) es como darle una pistola cargada a un borracho pendenciero. Es darle rienda suelta al monstruo de su oculta megalomanía, es liberar el deseo enfermizo de quien, por sus complejos y sus ofuscaciones, siempre fue proclive a cometer toda clase de abusos, consumido por tales demonios.
Un común denominador en este proceso es la evidente coalescencia y degradación progresiva que se da entre el trepador social y su secreto apetito de poder y la subsecuente seducción por parte del dinero fácil proveniente de la corrupción. El ecuatoriano Francisco Burbano, funcionario de Flacso, escribió hace poco que "…La mentalidad de arribismo social y económico permite echar mano de cualquier recurso, público o privado, para lograr los objetivos de ascenso. Nos matan el arribismo, los sueños de grandeza y los delirios del éxito económico…". El brasileño Paulo Augusto Antunes Lacaz dice que "…la corrupción siempre es un proceso lento y cuando se trata de corrupción moral, nos referimos a una depravación progresiva… por la cual el individuo es incapaz de someterse a ciertos principios morales… el individuo desprecia a todos… y acaba por construir sus principios personales adoptando como normas válidas ciertos parámetros errados, en función de su vivencia (intereses) personal(es)…".
Este patrón conductual lo he visto en varios sujetos que conozco. Uno de ellos, malvivió del civilismo en su momento y, como buen oportunista, tuvo olfato suficiente para abjurar de sus supuestas ideas y postrarse. Lleva años como lacayo de un politicastro mediocre del partido gobernante y medra, borracho de arrogancia, rebuscándose con cuanto contratito y corruptela le deja caer su amo. Otro, tuvo una vulgar "botella" en el gobierno anterior y al darse el cambio de régimen, gastó zapatos subiendo y bajando escaleras y haciendo antesalas, para salvaguardar su pequeña covacha burocrática por medio de un oportuno cambio de bando. Y otro más, que junto a mí hizo campaña con la oposición en el 2004… hoy, disfruta de un puestecito burocrático y de una extraña membresía en el partido de gobierno. Le vi hace poco haciendo alarde de sus nuevas posesiones materiales y de sus vínculos con el régimen de turno. Cuando le pregunté por su conducta tránsfuga, me dijo cosas ciertas sobre la oposición (comparto muchas de sus críticas, siendo yo mismo un opositor) pero también, me dijo descaradamente: "…es que, a diferencia de los tontos idealistas como tú, yo he abrazado el pragmatismo como filosofía de vida…". Ahí mismo quedé completamente turulato y sin palabra.
En realidad, creo que en todos estos casos, los sujetos mencionados comparten el trasfondo psicológico del acomplejado social, que siempre miraba a los poderosos desde abajo, soñando con llegar a ser uno de ellos. Que vociferaba para llamar la atención, a la espera de una oferta para cambiar de bando, para emborracharse de vanidad y demostrarle a los demás, que el "sí pudo". Y claro que "sí se puede". Venderse uno por poco o por mucho, si no se tienen molestos principios o "tontos" escrúpulos… Así es la cosa, en este Panamá, ya cercano al término de la primera década, del vigésimo primer siglo. A la falta de principios y de coherencia, se le llama hoy eufemísticamente "pragmatismo". ¿Acaso se puede ser más cínico? Si no fuera algo tan cierto y común, sería para sonreír con sorna. Pero no. Si a algo debe movernos esta reflexión, es al asco, a la lástima y a la rabia.
