Escribo este artículo como panameño que, sin ser arquitecto ni restaurador de monumentos, ama la historia de su país y todo lo que a ella se refiere. Mi interés por nuestro pasado histórico, y la arqueología en particular, se acentuó con mi amistad con la inolvidable profesora Reina Torres de Araúz, eminente antropóloga y arqueóloga, con quien tuve el honor y el placer de compartir sus sueños convertidos en realidad cuando inauguró los museos de Historia y del Hombre Panameño, estrechándose nuestra relación a través de la UNESCO, donde llegó a ocupar muy altos cargos siendo yo entonces embajador de Panamá ante esa organización.
Por sus profundos conocimientos en arqueología panameña, una de sus inquietudes era la restauración de la torre de Panamá Viejo dándole al monumento la mayor seguridad pero conservando su belleza, su carácter y su incomparable solemnidad. Falleció sin ver realizado su sueño que, en parte, sería llevado a cabo más de 20 años después pero, sin duda, no como ella lo había imaginado.
Cuando fui a visitar la torre de Panamá Viejo al regresar definitivamente a mi patria, me llamó la atención, al llegar a la importante parte posterior del monumento por la que se entra a este, el contraste de la escalera y armazón moderna de madera y acero que se había construido prácticamente fuera de la torre para acceder a su mirador. Este parecía ser el solo objeto de esta construcción ya que las plataformas intermedias estando visiblemente separadas de los muros no parecen ejercer ninguna función para sostener el monumento. Además de una cuestión de estética, me sorprendió la construcción de una armazón tan importante de hierro y madera tan a la vista y casi exclusivamente para subir al mirador ya que en su trayectoria poco llama la atención la vista de los alrededores de la zona la cual solo es verdaderamente espectacular desde el tope de la torre. Me parece que habría formado más parte del conjunto y con un acceso más directo al último piso una escalera de caracol con anchos escalones y algunos descansos y dentro del estilo y carácter de los muros.
El lugar donde esta hubiera debido situarse no tenía que ser forzosamente en el foso original, demasiado estrecho y donde hoy día se han construido algunos peldaños solo para recordar lo que fue la escalera original.
En este siglo XXl cuando la tecnología, los materiales y los métodos de construcción permiten realizar rascacielos de 100 pisos y más de indiscutible solidez, resistencia y seguridad, cuesta creer que unas escalera de caracol de más o menos cuatro pisos, previo estudios del lugar para que no afectara la seguridad de la torre, no hubiese sido lo ideal para que el monumento conservase su estilo original. Hoy día no hay nada imposible en materia de construcción.
El diámetro interior del foso o largo de los escalones bastaba con que tuviera alrededor de un metro para que permitiera el cruce de visitantes subiendo y bajando. Tengamos en cuenta también que el flujo de personas no es tan enorme como para que esto fuera un inconveniente. Para que el material necesario para el foso y la escalera de caracol conservaran su carácter y belleza se podrían haber utilizado las piedras o trozos enteros de mampostería de la época que se hallan desparramados por doquier en la zona y que dentro de poco ya no existirán por efecto del vandalismo que, desde hace años, la está azotando. Aunque, sin duda, habría sido más sencillo emplear mampostería realizada actualmente para la pared y los escalones recubriendo una armazón de acero de gran solidez.
La utilización de ladrillos "quemados", para darle un aspecto antiguo, habría ayudado también en la construcción del foso abriendo en su pared pequeñas ventanas con el objeto no solo de darle luz al trayecto, sino para que el visitante fuera admirando el panorama de los alrededores a través de ellas.
En cuanto al costo de esta alternativa quizás podría haber sido inferior al aprobado aunque, si así no fuese, existieron diferentes entidades extranjeras dispuestas a colaborar aparte de que hay suficientes fondos en el Tesoro Nacional para invertir en una obra de esta importancia a nivel histórico nacional.
Como permanecí siete años en la UNESCO, parte de ellos como miembro de su Consejo Ejecutivo, yo podría enumerar decenas de monumentos en el mundo que, como nuestra torre de Panamá Viejo, fueron declarados por esa organización Patrimonio Mundial de la Humanidad y que a través de la UNESCO y su estrecha intervención, fueron restaurados o desplazados sin perder absolutamente nada de su carácter histórico.
No cabe duda que tanto la labor realizada, aunque con un concepto diferente pero siempre con la intención de acceder al mirador, como también los importantes trabajos de excavaciones y restauraciones de las murallas han sido excelentes y en ese sentido cabe felicitar a directivos, obreros y otros que participaron en un proyecto destinado a salvaguardar nuestra Torre de Panamá Viejo.
Finalmente deseo agregar un comentario. La torre de Panamá Viejo representa para los panameños no solo un monumento emblemático que figura en postales catálogos y sellos de correo, sino un episodio que desde aquel entonces nos unió para salir adelante víctimas de una tragedia histórica que quedaría atrás representada por la torre de una Catedral que se mantuvo erguida a pesar del fuego y la crueldad de los hombres. Hoy día es un monumento sagrado cuya destrucción dio paso a un nuevo futuro hacia la hermosa ciudad en la que vivimos. Por respeto a lo que significa para nosotros el que fuera un escenario de dolor y muerte no me parece correcto que en el atrio de una catedral se realicen fiestas, bailes, se tome alcohol y resuenen conjuntos con música alegre en un altar convertido en escenario. Creo que solamente debiera ser utilizado en ceremonias matrimoniales. Es un sitio histórico sagrado y no son solo ruinas. Son mucho más que eso.
