La actual comarca Ngäbe Buglé pertenecía, hasta hace pocos años, a parte de nuestra altiva provincia de Chiriquí, a la de Bocas del Toro y de Veraguas. Por lo tanto, gran parte de su población era chiricana, al igual que quien les escribe.
En esa comarca se ubica el río San Félix, que ha servido y sirve como refugio de estos modernos rebeldes, indígenas valientes que recientemente pernoctaron en sus riberas para luego, al amanecer, continuar con la lucha que se habían propuesto: “Defender el real origen de este río”, ante la actual codiciada reserva cuprífera y de otros minerales en el ya famoso mundialmente Cerro Colorado.
Curiosamente, las aguas del San Félix que refrescan a estos rebeldes, son aguas que bajan de esa cordillera en la que hace siglos se refugiaron sus antepasados, huyendo de la conquista española.
Los ngäbes no claudicaron, tampoco se confiaron (con razón) en un decreto presidencial hipócrita, según el que no se tocarían sus tierras y que carecía de validez legal ante una ley aprobada por la Asamblea Nacional, y sancionada por el mismo Ejecutivo.
Hoy ellos han logrado un éxito digno de alabanza, consiguen que el mismo excelentísimo se presente a su patio y diga a voz en cuello: “Voy a derogar la Ley 8, a mí no me gustan las minas ni los mineros”. Debió agregar que tampoco le gustaban los “periodistas extranjeros”.
Entre los gritos y la algarabía de los originarios, fue coronado con el “sombrero de penacho de cacique”. Fue gracioso, tengo que admitirlo. Al fin, el presidente logró sacarnos una sonrisa, tanto a mí como a los mismos dirigentes indígenas. Sin embargo, la ley de explotación minera antigua y vigente debe ser reformada. Hay que sentar un precedente igual a como lo hizo la presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, cuando al asumir su mandato lo primero que hizo fue suspender de forma indefinida la minería a cielo abierto en su país. Unos meses después, la Asamblea Nacional de su país aprobó, por mayoría, la prohibición de este tipo de explotación minera en todo el territorio de ese país.
Como ocurre con los grandes felinos, la presa se le escapó al depredador en esta ocasión. Sin embargo, no hay que bajar la guardia, sigue hambreado y como un tigre agazapado esperará que su presa se descuide para darle otro zarpazo criminal y letal. No debemos darle la espalda. Tenemos que vigilar sus movimientos y delatarlo en cuanto quiera volver a actuar apresuradamente en contra del pueblo panameño. Esperemos, pero no sin manifestarnos.
Este Gobierno dictatorial se ha replegado, pero no ha renunciado a sus oscuras pretensiones. Se limpia con la vieja y cacareada excusa de todos los gobiernos en el poder: “Hay infiltrados con intenciones de desestabilizar al país”. La misma historia de “sedición de siempre”. Son ellos mismos lo que actúan como desestabilizadores, al gobernar autoritariamente, y cuando consideran que los ciudadanos somos estúpidos que creemos en estas viejas disculpas, para hacer lo que les plazca.
Al presidente es a quien menos le interesa los índices de popularidad, ¿qué más da? Si reelección no hay. Pero el vicepresidente, el comunicador social que llamaba a Corea a cada rato para mandar recados de que el mandado fue “pan comido”, él y los diputados oficialistas que fueron cómplices de esa atrocidad aprobada a tambor batiente en la Asamblea Nacional, deben tener por seguro que este pueblo no es ignorante, eso si les interesa elegirse o reelegirse, porque este pueblo no olvida.
A la comunidad ngäbe solo les digo que su lucha es justa.
Qué dicha la de nuestros vecinos de Costa Rica, quienes han logrado que sus mandatarios sean más conscientes, que los escucharan y prohibieran la minería a cielo abierto. Sus marchas no eran solo de indígenas, provenían de todas las clases sociales. Y juntos, como un solo pueblo, lograron lo que deseaban.
¡Fuera la minería a cielo abierto en todo Panamá y no solo en las comarcas!
