El novelisita Asai Ryöi (Japón, siglo XVII), en su obra Ukiyo monogatari (Historias del mundo flotante) define ukiyo como “…vivir únicamente para el momento, darle toda nuestra atención a los placeres de [la vida] divirtiéndonos solo con flotar, flotar…” o sea, una expresión de sibaritismo, estilo japonés.
El ukiyo-e, -la “e” significa “pintura”- es un grabado con placas de madera, expresión artística por excelencia del Japón de los siglos XVI a XVIII.
En este caso específico, me referiré al que debe ser el ukiyo-e más famoso del mundo: uno de los 36 grabados que integran la serie Vistas del monte Fuji del celebérrimo artista Hokusai, medio artístico que plasma escenas de la vida diaria.
El primero de estos ukiyo-e se titula La gran ola de Kanagawa.
Muchos lo han visto en los mantelitos que durante más de tres décadas ha utilizado el restaurante Matsuei: en primer plano, una pequeña embarcación de pescadores, a punto de ser devorada por una gigantesca ola. Al fondo, el nevado pico del Fuji.
Este viernes hemos visto, en vivo y en directo, cómo un sueño puede convertirse en una pesadilla.
Además del grabado de Hokusai, me vino a la mente aquella escena, grabada desde el avión portabombas y transmitida por la cadena de televisión CNN en el instante en que una bomba destruía un puente en la Guerra del Golfo.
Este viernes otro sueño se desquicia. Lo vemos en nuestras pantallas, y nuevamente se confunde el concepto: ¿Es el arte el que imita a la vida, o la vida la que imita el arte?
Y es que hemos visto cómo un tsunami [del japonés tsu, “puerto o bahía” y nami “ola”, y que ha pasado a significar “Ola gigantesca producida por un seísmo o una erupción volcánica en el fondo del mar” (DRAE dixit)] arrasa el Japón, tocando tierra primero en Sendai, ciudad del noreste de la isla de Honshu, la más grande del archipiélago.
El término no es estricto, ya que un tsunami no se limita a las bahías o puertos, como vimos en 2004 en el océano Indico; y aunque los tsunami preceden a la historia escrita, el primero lo describió Tucídides, considerado como el primer corresponsal de guerra del mundo gracias a su Historia de la guerra del Peloponeso (411 a.C.).
El ateniense también fue el primero en deducir la relación terremoto-tsunami a partir de sus observaciones del tsunami del golfo de Malaikos (426 a.C) y por añadidura, se le considera el padre de la escuela de “realismo político”, que pregona la prioridad de la seguridad e intereses de una nación sobre la ideología y consideraciones morales y sociales.
De no saber que los fenómenos políticos y ansias de poder son casi parte del ADN colectivo, diría que a Tucídides le saldría una socarrona sonrisa de ver el circo de tres carpas que es nuestro mundo hoy. Como dicen los franceses: “Le plus ça change, le plus c’est la même chose”.
