La autonomía universitaria no es una palabra más añadida en el nombre de una universidad como en el de la Universidad Autónoma de Chiriquí (UNACHI), va más allá de ello, es un concepto que lleva implícito la libertad de escoger a sus autoridades administrativas y académicas, de redactar las leyes internas (estatuto), que regirán todo el quehacer de los tres estamentos que la conforman. Sin embargo hoy se promueve que el concepto de “autonomía universitaria” implica permitir que las autoridades universitarias impongan su voluntad en todos los aspectos de la vida universitaria, mediante la eliminación de las voces no apegadas a la administración de turno, en contubernio con los diputados.
Esta universidad incipiente en el tiempo, debe forjar su propia historia, dejando de lado las malas prácticas de esas administraciones “longevas”, que envejecen el debate de ideas y cercenan las aspiraciones de otros miembros del sector docente que con legítima razón tienen derechos a ser considerados a participar en igualdad de condiciones al máximo cargo.
La corrupción se acuna en las instituciones donde no hay transparencia en su hacer, en donde el nepotismo abunda, y ello va en detrimento de mejorar la calidad de la educación, que tanto dicen buscar; desde el Presidente de la República, Ministerio de Educación y los regentes de las universidades. Pero ¿cómo lo vamos a conseguir si se promueve leyes que buscan todo lo contrario? y que el único fin es perpetuarse en el poder para preservar la mediocridad y acallar a fuerza, las diversas formas de expresión, las voces divergentes.
Las mejores universidades del mundo apuestan a que dentro de su claustro, se den la multiplicidad y el debate de ideas, acerca del devenir de los problemas sociales, económicos, científicos, que aquejan a la sociedad de su entorno, más no abrigan el adoctrinamiento del pensamiento ni del hacer de aquellos que disienten, menos aún dan cabida al egocentrismo de adular para complacer intereses particulares en detrimento del desarrollo de las capacidades y habilidades de todos aquellos que conforman esa colectividad académica.
En esas instituciones universitarias, algunas de larga data como en aquellas más jóvenes, la autoridad rectora, es solo un tramitador de las necesidades ante el estado, las empresas privadas o los organismos de financiamiento. Es el representante legal, no la figura central, porque quienes se proyectan interna o externamente principalmente, es el alumnado y su cuerpo docente.
Forjar sin embargo en el alumnado, el sentido de pertenencia por su universidad, es o debería ser un objetivo prioritario de aquellos que la administran; que se logrará en la medida que se promueva la acreditación académica de todas sus carreras, la práctica de valores, que van desde el eliminar el denominado “juega vivo” en todas sus facetas, hasta aquellos que involucran el cuidado de las infraestructuras, entre otros.
Incentivar ése sentido de pertenencia propiciará que la UNACHI pueda llegar a alcanzar algún día, un peldaño en esas listas de “ranking” de universidades, que muestran los resultados de fomentar la academicidad, la investigación, la inversión en: fuentes bibliográficas disponibles, en cultura y arte y no solo en el embellecimiento de las fachadas de las infraestructuras.
Reiteradamente se desvían recursos económicos para financiar actividades de tipo socio cultural que publicitan imágenes llamativas pero que esconden la falta de preparación académica especializada de su profesorado, la dotación adecuada de aulas y mobiliario, de tecnología educativa disponible. Se carece de los mecanismos que lleven a convertir los saberes que se generan en los centros de investigación y en las aulas, en ideas o productos que se comercialicen.
La autora fue docente universitaria

