De vacaciones en Buenos Aires

De vacaciones en Buenos Aires
KRT Direct

Al aterrizar en la ciudad de Buenos Aires, pasar por aduana y atravesar las puertas del aeropuerto, una fila de taxistas nos recibió.

Antes de salir, los oficiales nos despidieron con dos consejos: “disfruten de su estadía” y “cuidado por donde caminan y en los autos en que se suben; están robando mucho”.

Es por eso que cuando el autobús que nos llevaría al hotel se retrasó, algunos de los que pertenecíamos al grupo de turistas panameños que visitaba la ciudad nos encontramos algo aprehensivos ante la oferta de un taxista para llevarnos.

Cuando se acercó y nos ofreció su servicio con amabilidad, uno de nuestros compañeros le agradeció en un tono claro y declinó la oferta. El taxista, ofendido ante esa reacción, introdujo la mano en el bolsillo de su gabardina y produjo lo que parecía su licencia y permiso de conducir. Era legal.

Justo cuando el taxista empezó a reclamar, manoteando, la actitud temerosa de nuestro compañero que insistía en que aguardaríamos por nuestro transporte, llegó el autobús y nos llevó al hotel.

Ese episodio marcó la actitud que llevaríamos por el resto de los siete días que visitamos Buenos Aires. Divertirnos, pero guardarnos las espaldas, por si las moscas.

Al caminar por sus concurridas calles un día de invierno, los ojos se nos llenaban ante la majestuosidad de la arquitectura, de estructuras cuya construcción data de antes del siglo XX. El tráfico, tan desenfrenado como en algunas capitales europeas, no fue obstáculo para encontrarse con los otros grupos de turistas panameños que nos dividimos para ir de compras . Con el cambio a 2.80 pesos por cada dólar americano, no es sorprendente que Argentina se ha convertido, en el hot spot turístico más atractivo de la noche a la mañana. Y por supuesto, viajar a la capital argentina implica incursionar, aunque sea medio día, en buscar y comprar accesorios de inigualable cuero. En Blaqué, una de las exclusivas tiendas de accesorios en cuero, una de las vendedoras portaba accesorios de la compañía con el glamour de una modelo. Alejandra, la vendedora, mostraba cada artículo como una obra de arte, y el trabajo lo ameritaba; piedras incrustadas en las carteras, diseños alargados y livianos, billeteras, agendas, de todos los precios.

Para encontrar botas y abrigos tuvimos que esperar al día siguiente, cuando visitamos Murillo, un distrito de la ciudad donde se fabrica y vende el cuero al por menor.

Tanto así que a mi amiga Lucía y a mí nos tomó casi toda la semana para decidirnos qué comprar. El último día terminamos haciendo algunas compras en Alto Palermo, uno de los centros más exclusivos (y algo “cariñosos”).

De noche, la ciudad se mostraba aún más resplandeciente, con sus luces y afiches modernos, y sus edificios antiguos. Pero el contraste también marcaba ante la cantidad de familias que mendigaban por las calles, sumidas en la pobreza. Era difícil dejar atrás la variedad de pastas y carnes que acabábamos de digerir en La Madeleine, en donde seis personas comíamos de todo por unos 50 dólares.

Sin embargo, descubrimos que como turistas en esta metrópoli de 3 millones de habitantes, hay que caminar con la cartera apretada contra el cuerpo, porque cada grupo de niños mendigos o madres en harapos con infantes entre sus brazos puede ser parte de una red de pillos.

Esa es la regla de oro para visitar la ciudad y fue Jaime, el esposo de Lucía, el primero en descubrirla.

Alrededor de las 8:00 p.m., el grupo de turistas invitado a una cena se reunió en la entrada del hotel Wilton en la calle El Callao. Jaime se mostraba tenso y desconcertado junto a Lucía.

“Ya cálmate, mi amor”, le repetía Lucía, con el ánimo de consolarle y recalcando que por lo menos no le habían lastimado.

Unos 20 minutos antes, Jaime esperaba a su esposa justo afuera del hotel Marriot, donde se hospedaban. Un hombre montado en una motocicleta se acercó a la acera donde Jaime aguardaba. Mientras, otro hombre le sorprendió por la espalda, buscando el reloj que Jaime portaba debajo del abrigo —un Rolex de colección limitada del Canal de Panamá—. Un tercero se paró frente a él observando, obviamente, como parte de la operación. Además, contaba Jaime, parecía esconder algo debajo de su abrigo; quizás un arma.

“Soltálo o te mato, ¡eso era lo que me repetía!”, explicaba Jaime al resto de los panameños que viajábamos junto a él y lo acompañaba a cenar.

Explicó cómo corrió detrás de ellos, y cómo la moto lo dejó atrás. No podía contener la rabia que sentía al regresar al hotel. Su esposa Lucía, ya lista para ir a cenar, nunca se habría imaginado lo que le acababa de suceder.

Finalmente, Jaime continuando con su historia, nos dijo que tuvo que ceder su reloj al hombre que lo sujetaba amenazadoramente, y luego ver cómo éste, el motociclista y el tercero, se daban a la fuga.

Le sorprendía que los ladrones ni siquiera consideraron llevarse la cámara fotográfica que colgaba de su cuello.

En los días que siguieron seguimos visitando los monumentos históricos, la Plaza de Mayo, la Casa Rosada, donde Eva Perón se postraba para congregar a los argentinos, el museo de arte y Puerto Madero, donde comimos carne en el restaurante Sigue la Vaca hasta la saciedad. Pero nos sentíamos algo incómodos ante los niños mendigos. Después de todo, cada vez que pedían algo de “guita” podíamos convertirnos en víctimas.

Y hay ciertas áreas de la ciudad en donde el turista se siente un poco más vulnerable. Por ejemplo, el área de La Boca, donde se encuentra el legendario estadio del equipo de fútbol Boca Junior. El periferio que la rodea delataba su condición como un barrio más humilde. Sus casas multicolores y apiñadas, con tejas de lata de zinc, le daban un toque bohemio, que traía recuerdos de un Maradona joven, comenzando su carrera de futbolista como tantos en esta región. Pero ese espíritu no se veía reflejado en los precios en las tiendas de souvenirs.

En la misma área de ciudad, el paseo del Caminito recordaba los tiempos de Gardel, el famoso cantante y compositor de tango argentino. Un fotógrafo nos seguía para captar algunas imágenes de las parejas dentro del grupo posando con los bailarines de tango profesional. Y mientras intentaba subir la pierna a la altura indicada para acompañar a mi pareja de baile, soltaba una carcajada. Mientras el instructor nos relataba la historia del tango, cómo surgió en Brasil y cómo lo habían traído los esclavos negros al escapar a Argentina.

De regreso al centro de la ciudad, un vistazo a los restaurantes, boutiques y otras tiendas de la exclusiva zona de La Recoletta, le hace olvidar al visitante cuán grande es el impacto de la crisis económica que azota al país. Si lo visita, disfrútelo con cautela.

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