DERECHOS HUMANOS

Los valores universales

En el marco del Día Internacional de los Derechos Humanos que se celebra mañana, 10 de diciembre, resulta apropiado compartir unas breves palabras sobre un tema que, aunque muy divulgado, no suele ser siempre bien comprendido.

Los derechos humanos no pueden ser entendidos si solo nos atenemos a su concepción estrictamente jurídica. Más allá de su presencia formal en nuestras constituciones y códigos como derechos fundamentales, ellos aparecen antes como derechos morales, esto es, como facultades o potestades de orden moral que tiene toda persona con relación a sus semejantes. Ellos nos permiten reclamar y respetar a los demás un conjunto de bienes y libertades que garantizan un nivel de vida digno y nuestro desarrollo como personas.

Desde esta perspectiva, los derechos humanos se conciben como principios éticos globales, esto es, como reglas de conducta para todas las personas en el mundo. Así concebidos, constituyen una “ética mínima”, un código moral elemental –que no exige tanto como el de las religiones–, pero sin el que resultaría imposible convivir humanamente.

La concepción moral de los derechos humanos no debe ser subestimada al compararse con su tratamiento jurídico. El derecho necesita con regularidad estar informado y orientado (incluso motivado) por la dimensión moral de aquellas ideas sin las que el derecho no tendría razón de ser. Nos referimos a las ideas de justicia, libertad, igualdad, solidaridad, respeto, orden, seguridad y paz, entre otras. Ideas que, desde una visión moral, no encarnan sino valores éticos universales.

Así pues, los derechos humanos, estas peculiares normas internacionales que buscan proteger la dignidad humana, se muestran (en sus contenidos más ínsitos) como valores universales. En cuanto tales, no son solo fuente de inspiración de movimientos sociales y políticos, sino que son también la justificación última de toda normativa. Así, pues, ante la pregunta ¿Por qué debo acatar estas normas?, la respuesta apropiada no debería ser “el Estado me coacciona”, o la “sociedad me lo impone”, o “mi cultura me obliga”. La respuesta es que debemos acatarlas , porque descansan sobre valores morales de alcance universal, sin los cuales los seres humanos se ven disminuidos en su desarrollo como personas.

Si entendemos así los derechos humanos, resultará fácil ver por qué otras perspectivas –aunque relevantes, prominentes y aún indispensables (el derecho)– no son suficientes para comprender los derechos humanos de manera integral. Su contenido es fundamentalmente ético; sus normas contienen valores morales con pretensión de universalidad. Así pues, el discurso que mejor aborda su comprensión es el moral, que debería siempre informar, orientar y motivar a cualquier otro discurso o tratamiento que se haga de ellos. De otro modo, corren el riesgo de verse reducidos al puro formalismo o a la manipulación política, desvirtuándose así su naturaleza y finalidad más fundamental.


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