Para el vulgo la vergüenza es lo último que se pierde; sin embargo, en la política lo primero que se pierde es, precisamente, la vergüenza. Y nada escapa a la realidad que vive hasta nuestros días Colombia, con la actividad desplegada por el expresidente Álvaro Uribe Vélez fuera de su país. Su reciente visita a Panamá con motivo del traslado de los restos mortales del doctor Arnulfo Arias a Penonomé fue, maquiavélicamente, utilizada por este para respaldar con cinismo el cuestionado asilo otorgado por Panamá a su exespía gubernamental.
Si en Colombia se siente decepción por la impotencia de sus autoridades para llevar ante la justicia a María del Pilar Hurtado por los delitos de interceptación ilícita de las comunicaciones, abuso de función pública, peculado por apropiación y falsedad ideológica en documentos públicos, ¿cómo nos sentimos oriundos colombianos en Panamá cerca de quien huye de la justicia y se pasea oronda de rumba en rumba con ínfulas de gran señora?
Con mucha vergüenza. Sí, con repugnancia. La exdirectora del DAS no es perseguida política, es infractora de la ley penal colombiana. María del Pilar Hurtado deambula sin empacho al margen de la ley colombiana por violar derechos fundamentales y torcer la ley como cualquier delincuente, y es defendida y promovida por el exmandatario de la nación, su exjefe directo.
Cabildear en la diplomacia o en los comercios es normal y hasta decoroso, no obstante, un lobbista que ostenta la calidad de expresidente y que, como si fuera poco, lo hace para protegerse a sí mismo de lo que su exdelegada pudiera declarar de aquel si es llevada a los tribunales de justicia, resulta una desestimación de la honra del pueblo colombiano, atribulado desde siempre por la guerra y la corrupción. En la historia colombiana, a ningún partido de gobierno le enviaron a la cárcel a más de 40 congresistas y varios funcionarios de alto nivel, sin contar con los que orquestaron y negociaron la reelección de Uribe, sin dejar de lado a los congresistas de la “Comisión de Absoluciones”, perdón, de “Acusaciones”, que lo absolvieron, porque también lo eran de su partido. Y lo que falta por descubrir dará para colmar durante años los periódicos nacionales y extranjeros.
En fin, las escaramuzas para evadir la ley son muchas; pero así como la vergüenza se pierde al traspasar el umbral del negocio político, así la esperanza por la efectividad de la justicia será lo último que perderemos quienes creemos y confiamos en ella.
