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Concesión

¿Yo, el antiminas de cielo abierto?

¿Yo, el antiminas de cielo abierto?

Desde que tengo uso de razón, tomé la posición de ser totalmente antiminas de cielo abierto. Me oponía a sus heridas a selvas, el uso de contaminantes como el cianuro, pues se filtran por quebradas y ríos, afectando áreas agrícolas campesinas y la industria pesquera al terminar en nuestros mares. Me parecía lógica mi posición, sobre todo por el pequeño tamaño de nuestro país.

Tengo buenos amigos que creen en la posibilidad de que hoy, por el uso de técnicas modernas, los daños son limitados y mitigables, y las empresas se comprometen y garantizan con bonos de garantía la recomposición de los daños. Tanto insistieron, que lograron que hiciera lo lógico: una visita a Minera Panamá cuando estaba por iniciar sus exporataciones. Fuimos en helicóptero y nos atendieron el gerente de la época y su staff de ingenieros, todos panameños. Confieso que iba con la molleja bastante cerrada y una actitud de: “¡demuéstrame!”

Por el medio del transporte que usamos pudimos ver el desastre de la mina de oro abandonada – por Fifer –, con sus piscinas contaminadas amenazando con derrames funestos. Vimos el puerto y la central eléctrica construidos por Minera Panamá, sus impresionantes equipos y un hormiguero de gente de todos los niveles trabajando (en ese momento eran cerca de 8,000 empleados, la cantidad que emplea el Canal). La inversión en ese momento sobrepasaba los $5,000 millones (lo que costaron las nuevas esclusas del Canal). Luego de ver la parte industrial, visitamos las viviendas, los restaurantes, las áreas de esparcimiento, el teatro, la clínica médica de 24 horas, las áreas de resiembra de árboles, etcétera, y llegamos a la mesa de presentación.

Allí me resolvieron mi mayor preocupacion: ¡no usan químicos! Todo el proceso es con agua tratada y recirculada internamente sin descarga al entorno y, por ende, no hay la peligrosa contaminación de quebradas, ríos y mares. Luego, pude ver una comunidad gnäbe que fue trasladada; les tomó cinco años negociarlo, construir la nueva comunidad y que sus habitantes estuvieran super satisfechos con sus nuevas casas, escuela, centro de salud y, además, con trabajo. Este resultado – muy difícil y complicado– requiere de vocación social y paciencia.

Sin duda alguna, la operación produce grandes heridas en nuestro suelo, las que tienen el compromise de sanar, y tienen grandes sembradíos de plantones para ir cumpliendo.

Además, no hay que ser ingeniero nuclear para saber que el 2% de regalía que nuestro país recibe debe cambiar, quizás multiplicado por 3, o algo parecido.

Ya en poco más de un año de operación la mina constituye el 3.6% del PIB y emplea tanta gente como nuestro Canal. Los técnicos indican que las reservas de cobre en nuestro país podrían valer –para ponerlo en perspectiva- tres canales, así es que para un país con un nivel de pobreza inaceptable, no podemos ignorarlo con un simple y sencillo “no”.

En mi opinión, hay que:

1) negociar un aumento sustancial de las regalías;

2) estudiar con expertos nacionales y extranjeros cómo desarrollar nuestra industria minera, asegurando con garantías financieras el saneamiento ecológico por extracción;

3) debido a conflictos de interés obvios y a manejo no transparente, debemos -como ciudadanía– decir alto y claro que este gobierno está descalificado para negociar nuevas concesiones y llevar a cabo el punto 2.

Este asunto se inició en un gobierno PRD, así es que escuché con atención al respetado doctor Francisco Sánchez Cárdenas cuando dijo que solo con otro Bambito o Coronado y el consenso de toda la sociedad, debemos proseguir.

Antes de que ésto se cumpla, él plantea que los minerales deben quedar enterraditos.

Ahora, yo voy un punto más allá. De aprobar la sociedad una extendida industria minera que podría producirle a la Nación hasta miles de millones de dólares, debemos ser creativos y asegurar que el beneficio vaya directo a la población , eliminando por completo la pobreza y pobreza extrema. ¿Cómo?

Yo propondría que el 50% de los réditos de la industria entren directamente a un “fondo de capitalización social” y que a cada persona nacida en Panamá, por número de cédula (ya hay hasta cédula juvenil), se le depositen $50,000, que sería su fondo de capital con un reglamento que prohíba la enajenación; puede pedir desembolsos sólo para vivienda terminada, para educación privada (no hay tiempo para esperar a que la educación pública politizada se modernice) o para iniciar empresas propias con los debidos estudios de factibilidad, etcétera, y que estos fondos reciban rédito de los intereses de mercado al capital una vez al año, y puedan darlo en herencia vía testamento a la hora de su muerte.

Así, cada panameño tendrá un capital directo sin intervención y robadera de ningún gobierno.

Es una idea en bruto que requiere mucho trabajo. Cambiaría a este país y la vida de todos sus habitantes, eliminando por complete la pobreza.

Mi conclusión: realmente yo no soy anti nada. Yo soy siempre “pro”, siempre que lo construyamos juntos y que paguemos el precio de la minería, sólo si el beneficio es eliminar la pobreza y que el progreso vaya directamente a cada uno de mis hermanos en la nacionalidad.

El autor es fundador del diario La Prensa


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