Con la mirada más triste de Panamá, ayer a la 1:00 p.m. el campesino Onofre Jiménez enterró en el cementerio de Cerro Punta a las tres personas que más quería en esta vida: su esposa Yamileth y sus dos hijos de 4 y 7 años.
Desde el Templo Adventista del Séptimo Día partió al mediodía el carro fúnebre con los cuerpos de los Jiménez, escoltado por medio millar de vecinos que se acercó a rendir el tributo final a tres de las nueves víctimas por el desbordamiento del río Chiriquí Viejo, en Las Nubes, la tarde del pasado domingo.
Los hombros de Onofre están cansados y caídos. Encima de ellos se posa la tristeza de un campesino que desde el domingo es viudo y no tiene casa, ni ropa ni familia que abrazar.
En el funeral, los productores murmuraban que el muchacho sobrevivió porque al momento de la tragedia estaba en las faenas propias de un agricultor en las montañas cercanas.
“Él llamó y llamó a la mujer para que tuviera cuidado con la lluvia. Tenía poquita pila y la muchacha decía que no podía salir porque el río estaba crecido. Cuando por fin se vino corriendo, Onofre no encontró la casa”, recordaban unos y otros.
A pocos kilómetros, en el hotel Los Quetzales, las autoridades instalaron un campamento para 105 damnificados. Los médicos que atienden a estas familias cuentan que la enfermedad más esparcida en el área no es otra que la depresión.
“Sobre todo los niños. A ellos les cuesta manejar mucho el hecho de que perdieron sus juguetes, su ropa y la casa. A los papás también les duele, pero la peor parte la tienen los más chiquitos. La mayoría está deprimida. Algunos tienen gastroenteritis y otros gripe, porque estuvieron más de 12 horas bajo la lluvia y con mucho frío esperando a que los rescataran”, explicaba una de las doctoras del refugio.
Como un ´Tsunami´
Cuando uno llega a la comunidad de Las Nubes se encuentra con un pueblo escarpado, con montañas sembradas de lechuga, repollo y cebolla.
Desde el pasado domingo, la fuerza del río Chiriquí Viejo se llevó la única calle que había, 5 puentes y 16 casas. Y afectó a otras 30 viviendas.
Parece como si al pueblo le hubiese pasado un tsunami por encima, pero en lugar de mar, se trató de la crecida de un río violento e inmisericorde que arrastró lo que encontró a su paso.
Donde había el domingo un restaurante con vista al afluente, hoy solo queda un techo. No hay bases, ni sillas ni paredes ni nada.
Muy cerca, árboles completos y piedras del tamaño de un carro ocupan el espacio de antiguos cultivos e invernaderos. Incluso, hay un par de camionetas aplastadas contra las casas y varias viviendas cubiertas hasta el techo de lodo.
En el lugar hay cerca de 500 representantes de diferentes entidades gubernamentales en labores de reparación. Unos construyen puentes, otros ayudan a lavar las casas, mientras que otros más allá alimentan y trasladan a los refugiados.
Al mediodía de ayer el ministro de Obras Públicas, Ramón Arosemena, se subió al brazo de una pala mecánica para cruzar el río y desde su orilla contraria hacía los cálculos para construir un paso temporal. Sin embargo, la magnitud del desastre es cuantiosa y según funcionario tardarán semanas en reconstruir los caminos.
El gobernador de Chiriquí, Hugo Méndez, participó en varias reuniones para conocer la factibilidad de edificar viviendas para los afectados en el sector de Alto Pineda, Cerro Punta, sobre un terreno de siete hectáreas propiedad del Banco de Desarrollo Agropecuario.
Para evitar enfermedades, las autoridades quemaron una vaca y un perro que murieron ahogados por estar amarrados en sus casas durante la crecida del río.
El humo emanado por los cuerpos llamaba la atención de los miembros del Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc) que se disponían a cortar los árboles que fueron a dar al dormitorio de una casa de concreto. Al caer la noche, las autoridades seguían caminando por el río, buscando el cuerpo de un niño de tres años que lo arrastró el río, el mismo caudal que se llevó a la esposa y los hijos de Onofre.
En las próximas horas, el Sinaproc se adentrará montaña arriba, en el Parque Internacional La Amistad, para ver si en los afluentes del río hay árboles que puedan retener agua y constituir peligro.
