Antes de llegar a las curvas de cerro Campana, en el camino que conduce hacia el interior de la República, se encuentra la entrada de Lídice, un poblado que hasta 1943 se llamó Potrero.
La comunidad está ubicada a unos 10 minutos en automóvil –tomando el desvío que parte de la vía Interamericana– y desde las orillas de la vía asfaltada pueden verse vacas y caballos que pastan en las apacibles llanuras que el sol comienza a requemar.
Algunas casas imponentes y lujosas se observan en la explanada hasta que un letrero inscrito con letras borrosas por el paso del tiempo anuncia la cercanía del “cementerio Lídice”. Precisamente, es esta la señal de bienvenida al poblado para quienes desconocen estos lares.
Más adelante, después de pasar un campo de fútbol, está el caserío que rodea un pequeño parque dispuesto en forma triangular, donde está la antigua capilla, la primera de Lídice, con su fachada carcomida por el abandono.
En el sitio permanece intacto un obelisco no mayor a los tres metros de altura, que se yergue como testigo contundente de lo que fue la elección del nombre de Lídice para este lugar.
Por estas fechas, Lídice se convierte en un remanso de verano y el río Bongo, que es el afluente natural más próximo, es ideal para darse un chapuzón cuando el sol envía sus candentes rayos un tanto suavizados por la brisa fría que atraviesa el caserío.
EL MISTERIO DE UN NOMBRE
Un grupo de jóvenes lugareños dispuestos a saciar su birria del fútbol pasa frente al parque de la iglesia derruida.
Uno de ellos es Eric Sanjur, de 16 años.
Ante la pregunta de por qué se llama Lídice este lugar, luego de divagar por un rato, responde que no sabe.
Eric cuenta, sin embargo, que el nombre de su bisabuelo está inscrito en el monumento insignia del bautizo del poblado.
Uno de sus amigos –Jonathan Arosemena, de 19 años–, intenta dar con la respuesta correcta.
“Es que este pueblo se parecía al original Lídice”, dice. Luego interrumpe José Torres, de 15 años: “Es porque aquí vino una gente de Checoslovaquia”.
Solo uno del grupo, Samuel Bonilla, de 18 años, acierta en su relato sobre la verdadera historia del nombre del pueblo.
LA HISTORIA
Originalmente, Lídice era un poblado de la antigua Checoslovaquia, cuyos habitantes fueron exterminados por las fuerzas nazis de Aldolfo Hitler en 1942.
El líder alemán, en plena Segunda Guerra Mundial, se enfureció debido a que en Lídice fue asesinado uno de los jerarcas nazi, Reinhard Heydrich, quien fungía como protector de Bohemia y Moravia, dos extensos territorios checos.
Hitler, ensañado con la posibilidad de que los asesinos de Heydrich (dos soldados de la resistencia antinazi) se ocultaran en el pueblo, mandó a reprimir a los habitantes, en su mayoría obreros de minas y trabajadores de fábricas aledañas.
Las mujeres, los niños y los hombres –en total 340 personas– fueron separados y finalmente esas vidas terminaron asfixiadas en cámaras de gases, otras fueron víctimas de los fusilamientos o de maltratos en campos de concentración.
El episodio, conocido como “la masacre de Lídice”, tuvo lugar el 10 de junio de 1942.
TRIBUTO UNIVERSAL
Ante la funesta noticia de la virtual destrucción de Lídice, la entonces incipiente Organización de las Naciones Unidas propuso que en cada país asociado se levantara una plaza o se nombrara un río o sitio con su nombre en memoria de las víctimas.
HOMENAJE PANAMEÑO
En Panamá, seis personas acataron la recomendación: Esteban Arosemena, Domingo González, Simón Martez, Nicanor Subía, Felipe Yángüez y Arturo Barsallo, quienes realizaron las gestiones para que el 31 de octubre de 1943, por medio de la Resolución No. 144 del 4 de septiembre de ese año, Potrero cambiara su nombre por el de Lídice, que se ha mantenido hasta ahora.
“Me gusta más que se llame Lídice. Potrero me suena mal”, opina Bonilla, quien ha vivido 18 años en la localidad.
Una de sus residentes veteranas es Eloida Muñoz, de 75 años, que sentada en el portal de su hogar trae a sus recuerdos la razón del antiguo nombre de Potrero.
Cuenta que, antes de que esta localidad se convirtiera en un caserío, el ganado que era dado como ofrenda a la iglesia católica de Capira era soltado en esta área, por lo que no quedó otra forma de identificar el lugar más que como Potrero, aunque con el tiempo sus nuevos pobladores despreciaran el descriptivo nombre adherido a un sitio en notable desarrollo.
Muñoz ha decidido desde entonces escribir poemas en honor al nuevo Lídice.

