El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, prometió paz tras las polarizadas elecciones del pasado martes, pero el clima político está aún más enrarecido luego de que pusiera en duda la continuidad de la investigación de la trama rusa e intensificara su guerra contra los periodistas.
Nada provoca más la ira de Trump que la pesquisa independiente que dirige el fiscal especial Robert Mueller, que el presidente considera una “caza de brujas”.
Mueller busca dilucidar si la campaña de Trump coludió con agentes rusos para perjudicar a la rival demócrata Hillary Clinton. Además, busca determinar la posible obstrucción de la pesquisa por parte del propio Trump, lo cual podría derivar en un juicio político.
Trump, que ha amenazado muchas veces con poner fin al trabajo de Mueller, dio el primer posible paso en esa dirección cuando despidió al fiscal general Jeff Sessions, que se había recusado de supervisarla por haber participado en la campaña electoral. En su lugar puso a Matthew Whitaker, un crítico de la labor de Mueller.
El reemplazo de Sessions, que Trump anunció con un tuit, generó consternación en Washington, donde políticos del gobernante partido Republicano y de la oposición demócrata han advertido que la interferencia política en la investigación que lleva a cabo Mueller no puede ser tolerada.
Los demócratas, que a partir de enero controlarán la Camára Baja del Congreso, ven a Trump cerca de cruzar esa línea roja.
“El imperio de la ley está desapareciendo ante nuestros ojos”, tuiteó Sally Yates, que fue vicefiscal general del antecesor de Trump, Barack Obama, y brevemente fiscal general bajo Trump. “Quiere un amigo político que lo proteja de la investigación de su propia campaña”, dijo.

